viernes, 16 de mayo de 2008

Crónicas de un Soldado: Crónica primera editada


Crónica primera
Cielo carmesí


“En la guerra no hay vencedores, tan solo hay vencidos”

El cielo estaba teñido de color escarlata, propio de la sangre.

Situados en ambos extremos de una verde campiña, dos ejércitos se preparaban para una cruel y terrible batalla. En el extremo oeste, se hallaba el ejército de Asthorn. Sus soldados, vestidos con cotas de malla, cascos, armas y ropajes de color marrón estaban ultimando los preparativos. En su vestimenta se podía observar el blasón del Dragón, emblema del ducado. Su soberano era el duque Waylan, un hombre respetado, pero a la vez severo y justo.

En el extremo este, se hallaba el ejército del reino de Minra. Se les podía ver ya preparados, con sus armaduras de acero, cotas de malla y cascos enfundados, armas en mano y listos para luchar. En su vestimenta y ropajes, de un color azulado, se podía observar el escudo del Fénix, símbolo del reino. Su soberano era el Rey Lorint, un anciano de sabiduría extrema, considerado antaño como uno de los mayores guerreros que jamás haya conocido el mundo.

Un soldado del ejército de Asthorn bajó la mirada del cielo. Debía tener sobre la treintena de años, relativamente alto, de melena negra y lisa, ahora ocupada en mayor parte por el casco que llevaba puesto. Tenía unos ojos negros como la noche y una mirada dura, pero a la vez triste.

Devnos dirigió su mirada hacia la extensa campiña. Pudo ver ante el él lo que era la visión premonitoria de una masacre. ¿Para qué serviría esa guerra? ¿Por qué Minra había atacado a Asthorn?

Recordaba que Minra había declarado la guerra al ducado hacía aproximadamente tres meses, cuando, tras hacer oficial su intención de invadir el ducado, sus ejércitos atacaron tres de las aldeas fronterizas. Por suerte, todos los prisioneros que tomaron fueron liberados más tarde a cambio de concesiones. No tomaron como rehenes a mujeres ni a niños, y las bajas fueron mínimas. Sea como fuere, una cosa estaba clara: Minra era un digno adversario.

Recuperando la compostura, vio como el enemigo avanzaba a lo lejos, dirigiéndose a ellos. Les dio la espalda y observó a sus soldados, sus compañeros. Devnos era el capitán de una de las cuadrillas del ejército, como revelaban sus vestimentas, ligeramente más decoradas que las de la mayoría de soldados.

Sus compañeros estaban decididos, pero asustados. Lo pudo percibir a simple vista viendo sus miradas. Si entraban en combate con esa indecisión, no verían ningún amanecer más. Se aclaró la garganta discretamente, y dijo:

- ¡Compañeros! ¡Se que estáis aterrorizados! Pero con el terror, ¡solo le estamos dando una ventaja al enemigo! Debemos ser valientes en estos tiempos oscuros. ¿Queréis que Minra invada nuestras tierras para sus propios fines? ¿Queréis que esclavicen a vuestras propias familias? Si vuestra respuesta es no, ¡seguidme hacia la victoria!

La respuesta fue unánime. Todos los soldados de la cuadrilla enervaron un grito solemne, un grito de guerra que indicaba que protegerían aquello que querían con todo su ser. Aún si su destino final era la muerte.

Devnos volvió su vista hacia el ejército de Minra. Su caballería estaba ya muy cerca de sus filas, así que dio su primera orden:

- ¡Soldados, formación de falange, ahora!

Los soldados de las dos primeras filas obedecieron rápidamente. Enfundaron sus espadas y desenvainaron sus lanzas. Los soldados de primera fila, incluido Devnos, se arrodillaron y situaron sus lanzas diagonalmente, apuntando hacia arriba, mientras que los de segunda fila las enarbolaron horizontalmente, de pie.

El enemigo llegaría en poco menos de un minuto, al ritmo que iban. Devnos se preparó bien para su llegada. Como capitán de cuadrilla, normalmente debería haber estado en el centro de las filas, para dar mejores órdenes a sus soldados. Pero para él, sus soldados eran sus compañeros, sus hermanos. Por eso luchaba en primera línea, junto a ellos.

De repente, el sol empezó a proyectar sombras. Muchas sombras, que se movían rápidamente. El capitán alzó la mirada, y a continuación gritó:

- ¡A cubierto!

Todos sus soldados comprendieron al momento lo que quiso decir. Sacaron sus escudos y se cubrieron con ellos ante la perforante amenaza. Los soldados que sostenían las lanzas con las dos manos dejaron una mano libre para sostener el escudo.

Devnos notó como tres de las flechas impactaban en su escudo. Había salido ileso. Guardó rápidamente el escudo y enarboló firmemente su lanza una vez más. Pudo ver de reojo como sus compañeros hacían lo mismo.

- ¡¿Heridos?! – preguntó.

Momentos después, el soldado que se hallaba a su lado respondió:

- Tenemos algunos heridos leves, pero no es nada grave. Pueden seguir luchando.

- Muy bien, gracias Jeron. – le dijo – Los que estéis heridos, ¡no toméis riesgos innecesarios! – gritó.

La caballería de Minra estaba a punto de colisionar contra ellos. Agarró fuertemente el mango de su lanza, y gritó:

- ¡Por Asthorn!

Sus soldados hicieron eco de su grito con una oleada de vitores hacia el ducado de Asthorn.

La caballería minradiana contactó finalmente con el ejército de Asthorn. La batalla había empezado.

El choque fue brutal. Las lanzas atravesaron la carne de los caballos, haciendo que estos cayeran malheridos o muertos, y haciendo que sus jinetes salieran despedidos. Al caer, los soldados de Asthorn acababan con ellos con certeros golpes de espada.

Una vez que las lanzas se clavaron en los caballos, se volvieron inútiles. Devnos y sus soldados las soltaron y desenfundaron sus espadas largas, juntamente con sus escudos. Aún quedaban algunos jinetes que habían sobrevivido al choque inicial, junto a sus caballos. El capitán se acercó al que tenía más cerca de donde se encontraba. Este vio que los ropajes del capitán eran distintos, y lo reconoció como un soldado de alto rango. Alzó su espada, dispuesto a matar al capitán de negra melena.

Devnos había previsto ese ataque. Alzó su escudo para que este se encontrara con la espada del enemigo. Una fuerte sacudida, y un sonido metálico anunciaron que había conseguido su propósito. Inmediatamente, ladeó fuertemente el escudo en diagonal, cosa que el jinete no se esperaba, desarmándolo. A continuación, clavó su espada en la barriga de este.

El jinete gritó en agonía, y cayó malherido al suelo. El caballo se marchó corriendo, asustado. Devnos remató al enemigo cortándole el cuello. Era un hombre piadoso, odiaba hacer sufrir a la gente, aún siendo sus enemigos. La sangre brotó del cuello de la víctima, y unos espumarajos salieron de la boca de este, como si intentará gritar. Tres segundos más tarde, había muerto.

Analizó la situación a su alrededor. La segunda oleada de Minra se había unido a la refriega. Esta vez era su infantería. Por primera vez, el capitán se dio cuenta que el enemigo los superaba en número. En un choque directo acabarían ganando ellos debido a que eran más.

Como si hubiera sido cosa del destino, justo en ese momento oyó el zumbido de cientos de flechas en el aire, en dirección al grueso de infantería enemigo, aún lejos de sus posiciones. Devnos pensó en la suerte que tenía Asthorn por contar con una de las mejores legiones de arqueros que existían.

Recuperando la noción de la realidad, pudo ver a tres soldados minradianos dirigéndose hacia donde estaba él. Tres contra uno… aquello no iba a ser fácil.

- ¡Capitán!

Un soldado había llamado a Devnos. Este pudo ver a un soldado de su misma edad a su lado, y avanzando hacia el enemigo. Pudo ver dos flechas clavadas en él. Una en su antebrazo izquierdo, y la otra cerca de la tibia derecha.

- ¡Capitán, acabemos con ellos!

Devnos respondió:

- Vamos allá, Geralt.

Uno de los soldados minradianos dio indicaciones a los otros dos. Devnos pudo ver por sus ropajes que debía de tratarse de un capitán, como él. Era de mediana estatura y muy musculado. Portaba una espada bastarda en una mano y un escudo grande en la otra.

Los otros dos soldados flanquearon a Geralt, mientras el capitán se enfrentó en duelo a Devnos.

Devnos atacó primero. Deslizó una fuerte estocada hacia el corazón de su enemigo, poniendo también su escudo a modo de defensa entre ambos. El enemigo usó su propio escudo para frenar la estocada de Devnos, y ejecutó un tajo horizontal, que el capitán paró con el suyo propio.

De reojo, Devnos pudo ver como Geralt luchaba contra los otros dos soldados, en una situación claramente desigual. Aún así, conseguía esquivar y bloquear los ataques de sus enemigos, algo asombroso contando que tenía dos heridas.

El capitán de melena negra efectuó un segundo ataque, esta vez descendente, apuntando al cuello de su enemigo. Pero el capitán minradiano paró su ataque con el escudo, en la misma postura con la que antes había parado el ataque del jinete. Anticipándose a lo que podía pasar, Devnos soltó su espada para poder maniobrar mejor y le propinó una patada al estomago de su enemigo. El golpe conectó.

El capitán minradiano perdió el equilibrio y el aire de sus pulmones. El impacto había sido brutal, y no se lo esperaba. Cayó al suelo. Se dispuso a incorporarse, pero algo le presionó el pecho, impidiendo que pudiera hacerlo. Era el pie de Devnos.

Se dispuso a contraatacar con un golpe de espada desde el suelo, pero Devnos lo esquivó y le clavó la espada en su mano. El capitán minradiano gritó de dolor. Ahora era incapaz de manejar la espada. Segundos después atravesaba el corazón de su enemigo, finalizando el duelo.

Devnos se incorporó rápidamente tras apuñalar a su adversario, en busca de Geralt. Estaba en una situación desfavorable y tenia que ayudarlo.

Por fin los encontró. Geralt estaba luchando todavía con los dos soldados. vio como este desarmaba a uno de los soldados con un golpe de escudo, y como a continuación clavaba su espada en su barriga, haciendo que el soldado cayera al suelo en agonía. Pero al girarse para enfrentarse a su otro enemigo, bajo momentaneamente la guardia. Este momento fue aprovechado por el enemigo, el cual efectuó un tajo que cortó la yugular de Geralt.

Devnos gritó. Pudo ver en la mirada de Geralt una mezcla entre sorpresa y terror, mientras caía agonizante al suelo. Corrió hacia donde se hallaban él y el enemigo. El soldado minradiano se dio cuenta de que se acercaba, y se encaró a él. Devnos, consumido por la ira, tiró su escudo a un lado, le pego un puñetazo en la muñeca a su rival, desarmándolo, lo agarro del brazo, y tiró de él mientras clavaba su espada en su cuello. El enemigo murió en el acto.

Geralt estaba en el suelo. A su alrededor se había empezado a formar un charco de sangre, que dotaba a la hierba de tonos escarlatas. Por su boca salían espumarajos sangrientos. Devnos se acercó hacia él, y vio como Geralt intentó decirle algo:

- Cuida… familia… favor…

A continuación, silencio. Ante él yacía el cuerpo inerte de su subordinado, compañero y amigo…

Crónicas de un Soldado




Título:
Crónicas de un Soldado.
Autor: Fénix.
Género: Medieval, Fantasía, Drama, Tragedia.
Estado: En progreso.
Argumento:
Crónicas nos traslada a un mundo imaginario donde nos vemos inmersos en pleno conflicto entre dos países. El reino de Minra le ha declarado la guerra al ducado de Asthorn, y pretende conquistar todas sus tierras. La historia da comienzo en los albores de una gran batalla, y seguiremos las vivéncias del capitán Devnos del ejercito de Asthorn. La guerra, el drama, la traición, el amor, las batallas épicas y la magia se dan de la mano para crear este relato.
Clasificación: No recomendado para menores de 18 años.
Sitio web del autor: La Biblioteca del Fénix.

Nota del autor: los primeros capítulos del relato estan siendo actualmente editados, tanto en el contexto de la historia como ortograficamente y lexicamente. Por el momento tan solo ha sido editado el primer capítulo.


Crónica primera
Cielo carmesí


El cielo estaba teñido del rojo de la sangre.

Devnos bajó la mirada del cielo. Ante él se extendia una visión premonitoria de una masacre. Una verde campiña sería escenario y testigo de una brutal batalla creada por los irresponsables deseos de dos hombres ávidos de poder. Por un lado, el Señor de Minra, el enemigo, el cual queria su preciado tesoro a cualquier precio. Sus soldados eran facilmente identificables por el emblema del chacal en su armadura, y por sus ropajes marrones.

Por otro lado estava el Duque de Asthorn, el hombre al que Devnos obedecía ciegamente. Les había ordenado acabar con la ofensiva minradiana por tal de defender su pueblo. Los soldados de las tierras de Asthorn eran facilemnte identificables por el blasón del Águila y por el color azul de sus ropajes.

Absorto en sus pensamientos, Devnos no vio como el ejercito enemigo rompía filas y empezaba a cargar contra ellos. Inmediatamente, envainó su espada, guardó su escudo, y sacó su lanza. Todos los soldados que estaban junto a él, hicieron el mismo gesto. Una vez hecho esto, se quedaron mirando al musculoso hombre de melena negra, mirando con preocupación al grueso enemigo, que se acercaba peligrosamente. A una orden, Devnos gritó:

- Formación de falange, ya!

Inmediatamente, el se colocaba de rodillas, con su lanza apuntando diagonalmente. Casi al unísono, los soldados obedecieron a su capitán y se colocaron en formación. El enemigo estaba ya cerca, muy cerca. Devnos sintió el terror en las miradas de sus soldados. Sujetaban firmemente las armas, pero estaban aterrorizados. Viendo esta situación, supo que debia hacer algo o moririan todos.

- Escuchadme bien, todos. No sabemos el motivo exacto de esta guerra, solo sabemos que el enemigo viene a nuestras tierras para buscar algo, y arrasarán con todo lo demás. Quereis que vuestras famílias sean asesinadas por estos desalmados sedientos de sangre? – dijo firmemente.

El capitán vio la rabia y el valor inundando los rostros de los soldados, y se sintió aliviado. En ese momento, el enemigo llegó. La primera embestida fue brutal. Muchos de los integrantes de la primera fila de carga enemiga quedaron empalados en las lanzas de los soldados. Una expresión de sorpresa y miedo llenaba sus caras, expresión que quedaría congelada, ya que momentos despues perecían. Momentos después los soldados dejaban caer sus lanzas y desenvainaban espada y escudo, dispuestos a aguantar la segunda oleada del enemigo. Una vez apartó el cadaver del soldado que había empalado en su lanza, Devnos miró la situación. Aproximadamente 2.000 soldados estaban llegando en masa, cargando con sus espadas y hachas contra ellos. La situación no tenía muy buena pinta.

Justo en ese momento, vió múltiples sombras en el cielo, que avanzaban rápidamente. Alzó la mirada y pudo ver centenares de flechas dirigiéndose hacia el grueso principal del enemigo. Asthorn contaba con los mejores arqueros del continente. Esta afirmación quedo patente en cuanto las flechas llegarón a su objetivo. Inexplicablemente, las flechas parecian como si fueran expresamente a las partes menos protegidas de su víctima. Pudo ver flechas clavándose en los craneos y en los cuellos de sus victimas, mientras que estas caian desplomadas, inertes.

Aproximadamente un tercio del ejercito enemigo había caido ante la magistral actuación de los arqueros. Desgraciadamente, ahora era su turno. Otro enjambre de flechas surcó el cielo, pero el destino era el contrario. Denos alzó su escudo al mismo tiempo que lo hacian sus soldados para cubrirse del mortal enjambre. Notó tres impactos en su escudo, y pensó aliviado en que había tenido mucha suerte. Pero a su lado oyó algo desplomarse. Pudo ver a uno de sus soldados, uno de sus amigos en el suelo, con una flecha en la garganta, borboteando sangre por la boca y llorando por el terror. No podía creerlo. Uno de sus mejores amigos, Geralt, estaba muriéndose a su lado. Se agachó para poder verle mejor la cara. Estaba perdiendo el color, iba a morirse en cualquier momento. Le sacó la flecha de la garganta, y la sangre empezó a salir a borbotones. Geralt solo puedo proferir tres palabras entre borboteos:

- Cuida… família… favor…

Al acabar la última palabra, su mirada se perdió, su piel se fue tornando cada vez más pálida y la sangre cada vez salía con menos frecuencia.

Su amigo acababa de morir ante sus ojos.


Crónica segunda
Compromiso

Geralt se hallaba nervioso, era su primera vez en un combate real y el pensamiento de morir inundaba su cabeza con un terror desconocido hasta entonces por él. La primera oleada enemiga había sido contenida con éxito, y un soldado minradiano se hallaba empalado en su lanza. Nunca antes había matado a nadie. Ese hecho hizo que sus piernas empezaran a temblar de forma incontrolable. Estaba al borde del colapso nervioso.

Justo entonces miró a su derecha. Allí lo vio: su capitán, su superior y su amigo. Devnos estaba firme y decidido a hacer lo que fuera necesario por tal de asegurar la supervivéncia de todos ellos. Geralt recuperó las fuerzas, maravillado por el poder de su amigo Devnos. De repente vió una lluvia de flechas acercarse hacia ellos. Levantó su escudo, pero ya era demasiado tarde.

Una fatídica flecha perforo el lado derecho de su cuello, clavándose profunadmente y hiriéndolo mortalmente. Un dolor agónico recorrio a Geralt por todo su cuerpo, a la vez que no podia respirar y notaba que con cada latido de su corazón su vida se escapaba.

De repente, notó un dolor aún más agudo que venia de su herida, y de repente pudo sentir la sangre manando a borbotones del lugar donde tenía la flecha clavada. Abrió los ojos y vio a Devnos agachado, junto a él. Geralt lo sabía, era cuestión de segundos el que su vida se extinguiera. Con un último esfuerzo, de pura fuerza de voluntad, intentó hablar:

“Cuida de mi familia, por favor…”

Acto seguido, toda la realidad fue tragada por una eterna oscuridad. La llama de la vida de Geralt se habia apagado.




Devnos gritó, gritó como si le hubieran clavado más de un centenar de espadas. No había logrado mantener su promesa. Uno de sus subordinados, uno de sus amigos, había muerto. Geralt no se merecía morir allí, en medio de un campo de batalla. Miró a su alrededor. Algunos de los soldados estaban heridos de diversa gravedad, pero ninguno más había muerto. Se levantó justo en el momento en que la segunda oleada llegaba. Con un grito desgarrador, entró en combate. Trazó un movimiento diagonal con su espada, cortando cuero, carne, músculo y hueso, cercenandole un brazo y media cabeza a uno de los soldados enemigos. Con un rápido y fluido movimiento, encadenó un segundo mandoble contra su enemigo más cercano, situado a su derecha. El corte abrió el abdomen de la victima, desparramando todas sus entrañas por el suelo. El soldado minradiano gritó de pura rabia y agonia, y cayo muerto al suelo.

La rabia de Devnos lo convertia en una verdadera máquina de matar. Compensaba sus multiples aperturas defensivas causadas por luchar descuidadamente con una rapidez y unos reflejos casi sobrehumanos. En poco menos de un minuto, más de 40 soldados enemigos habian caído ya bajo su filo.

Tras él, su cuadrilla se hallaba luchando a muerte contra el enemigo. Los compañeros más malheridos habían sido relegados a la línea trasera, donde se hallaban los sanadores.

Poco a poco, Asthorn le iba ganando terreno a Minra. Encabezados por el letal Devnos, habían abierto una brecha por el flanco derecho al ejercito enemigo. Pero de repente, una figura encapuchada, con el símbolo del chacal en su capa marrón y ataviado con una negra armadura que cubría todo su ser se interpuso en su camino. En sus manos portaba un enorme espadón.

De repente, la figura levantó el visor de su casco bajo su capucha. Un rostro de tez negra, ojos azules y mirada afilada y severa apareció tras esta. El hombre habló:

- Como te llamas, joven asthoriano? – pregunto el hombre de negro.

- Por qué deberia decirle mi nombre a alguien que va a morir? – respondió Devnos, impasible y con una rabia asesina en sus ojos, inyectados en sangre.

- Me llamo Kuren, y soy uno de los capitanes del ejercito de Minra – respondió el hombre de la armadura.

Sabiendo que el honor lo era todo en el combate (Devnos había sido educado así en el arte de la guerra), sabía que no decir su nombre era el equivalente a deshonrarse ante un igual.

- Soy Devnos, capitán de la tercera división de infanteria de Asthorn – dijo el guerrero.

- Muy bien, Devnos, vamos a luchar los dos. Una batalla uno contra uno. A muerte. La cuadrilla del capitán vencido deberá abandonar la batalla y volver humillada a su hogar. Que me dices?

Devnos miró a su alrededor. El enemigo les había rodeado. Estaba claro que negarse a la propuesta de Kuren significaba la muerte.

- Acaso tengo otra opción? – preguntó el asthoriano.

- No, no la tienes, si es que quieres tener alguna posibilidad de vivir – respondió Kuren.

Devnos asintió, y todos los soldados se apartaron, formando una especie de campo de batalla donde combatirían los dos líderes. Su rabia había disminuido en gran medida, gracias a las justas palabras de Kuren. Podía haberlos matado tranquilamente, pero prefirió jugarse su propia vida y no la de sus soldados para que estos volvieran a su hogar con vida.

Un sangriento duelo iba a tener lugar...

"Mierda, este tío es muy fuerte" - pensó Devnos.


Crónica tercera
Duelo de titanes

El Sol empezaba a ser tragado lentamente por grises nubes, anunciando una cercana tempestad. La batalla seguia su encarnizado proceso, espada contra espada, puño contra puño, libertad contra libertad. Pero en medio de esta carníceria, se había formado una extraña paz. Un grupo de soldados, marrones y azules, se habían hecho a un lado, formando una pequeña explanada donde dos guerreros mantenían la compostura, mirandose el uno al otro.

Devnos y Kuren iban a librar un duelo, allí, en plena batalla, para decidir que cuadrilla se iba humillada y que capitán moría. Ambos contendientes estaban firmes y listos, esperando a la señal que diera comienzo al duelo. Devnos sostenía con firmeza su espada y su escudo, mientras Kuren reposaba su espadón por encima de su hombro, diagonalmente.

Devnos creyó que eso era muy raro. Esa posición dejaba una enorme apertura defensiva, la cual le permitiria zanjar el combate en un solo ataque. Pero Kuren era capitán, así que algo debía tener esa postura…

Justo en ese momento, el agua empezó a salpicar la campiña teñida de carmesí. La tormenta había llegado al campo de batalla.

Sin previo aviso, un cegador relámpago surgió del cielo, con gran estruendo. Inmediatamente, Devnos alzó su escudo hacia lo alto mientras avanzaba rapidamente hacia Kuren. Este seguia estático, con la misma posición. Devnos ejecutó un movimiento semicircular, pero en cuanto iba a asestar el mortal corte, Kuren deslizó su espadon diagonalmente hacia abajo, de un solo y fluido movimiento. El joven capitan no tuvo otro remedio que dejarse caer. El terrible mandoblazo atravesó el aire con una potencia con la que facilmente podria haber cortado en dos a un oso sin vacilar.

Devnos rodó hacia la derecha y se puso en pie. Pero cuando estaba de rodillas, tuvo que protegerse con su escudo. Kuren había asestado otro mandoble. El impactó fue de tal brutalidad que todo el cuerpo del capitan asthoriano reverberó a causa de este. Aprovechando la momentantea apertura inferior, Devnos ejecutó un corte semicircular dirigido hacia las piernas de Kuren. El primer impacto fue metálico, pero acto seguido, noto como la espada cortaba. Kuren hizo una mueca de dolor. Había conseguido penetrar a través de su armadura y había herido su pierna derecha, aunque solo superficialmente.

- Vaya, no esta nada mal. No solo has conseguido parar dos de mis mandobles, además has logrado herirme en una pierna. Después de todo, no eres capitán por nada – dijo Kuren con una mueca.

Devnos lo sabia. Si uno solo de esos ataques le alcanzaba, por mucho que fuera acorazado, ese espadón iba a cortarlo en dos como una hoja. Tendria que limitarse a esquivar y a buscar aperturas en su defensa para tratar de conectar algun golpe.

- Se nota que también eres un capitán, Kuren. Pero esto no ha hecho mas que empezar – exclamó Devnos.

El joven capitán esta vez cargó, con su espada en posición para asestar una estocada y con el escudo justo al lado, ligeramente abierto para poder eviatar cualquier mandoble desde ese lado.

Kuren alzó las dos manos hacia lo alto, portando su brutal espadón, esperando la llegada de Devnos. Cuando estuvo a tiro, descendió, aprovechando su fuerza brutal y la propia fuerza de la gravedad. Si el golpe conectaba, Devnos sería partido en dos…

Pero el joven capitán adivinó exactamente las intenciones de su rival. Con un fluido movimiento, dio una vuelta sobre su pierna derecha, y aprovechando la energia cinética, encadenó una estocada dirigida hacia una de las aberturas laterales de la armadura negra.

La espada penetró por el pliegue, perforando tela, piel y carne. Pero justo en ese momento, el brutal espadazo de Kuren alcanzó el escudo de Devnos. El impacto fue de tal magnitud que el escudo de acero se resquebrajó y se rompió en mil pedazos. Un fuerte “crac” sacudio sus oidos, seguido por un indescriptible dolor en su brazo izquierdo. El brazo había tenido que soportar toda la fuera del impacto por si solo, y se había roto. Tanto Kuren como Devnos aullaron de dolor. El primero estaba sangrando a borbotones debido a la profunda herida en su costado, y el segundo se había quedado sin escudo y con un brazo inutilizado.
Devnos se lanzó contra Kuren con un solo brazo. Esquivaba los brutales tajos del capitán minradiano, pero algunos de ellos impactaron en el asthoriano. Gracias a sus reflejos, su unica fuente de defensa contra los ataques, pudo evitar que los espadazos impactaran en órganos vitales, pero se estaba desangrando. Debía darse prisa o perdería el combate.

Tenía que jugarselo todo a una única carta. Una última estocada, dirigida a la cabeza de Kuren. Si fallaba, moriría, y con él todos sus soldados, a quienes había prometido que vivirían.

En su mente apareció la imagen de Geralt, y una única lágrima se deslizó por su mejilla. Debia volver a Freth, la capital de Asthorn, a cuidar de su familia y a ayudar a la de Geralt. No podia morir, no debía morir. Todavía le quedaban tantas cosas por hacer…

Avanzó decidido, sabía lo que debía hacer. Se encontraba cansado, muy cansado. Empezaba a ver borroso, y empezaba a perder la sensibilidad. Un último esfuerzo. Esquivar el ataque de Kuren y dirigir su espada a su cabeza en un único, decisivo, mortal movimiento.

Paso a paso, llegaba hacía su enemigo. Cada vez le era más complicado andar, pero debía hacerlo. Llegó hasta Kuren, el cual había avanzado también hasta donde se encontraba él. El estado de Kuren era bastante más favorable que el de Devnos, ya que solo sufria de algunos cortes superficiales y tres profundas heridas, que aunque no eran mortales, sangraban mucho y limitaban la movilidad del minradiano.

Kuren fue el primer en atacar. Atacó como si fuera un torbellino, abarcando un área de 360 grados alrededor suyo. Con la ayuda de la cinética, este ataque era una muerte segura. Devnos se agachó rápidamente, pero la hoja se acercaba con uan velocidad pasmosa…

Con demasiada rapidez…

“La dama Fortuna esta conmigo”. Eso pensó cuando el espadón le paso a escasos milímetros de su cráneo, cortándole algunos pelos de su melena. Fugazmente, levantó su espada y trató de empalar a Kuren por la cabeza. Había ganado. La espada se acercaba fugazmente hacia la cabeza del minradiano.

Pero este no mostró ni un atisbo de sorpresa.

Kuren se había anticipado a Devnos.

Utilizando la fuerza del último ataque y con una fuerza sobrehumana, Kuren cambió su espadón de mano y corto ascendentemente en diagonal con una sola mano, mientras se agachaba.

Devnos se quedó boquiabierto, mientras notaba como el ataque lo alcanzaba en la cara, provocandolé un corte profundo a lo largo de todo el rostro. El dolor era agónico, y su campo derecho de visión se tornó de color carmesí, oscureciendose a continuación hasta alcanzar un negro abisal.

Había perdido su ojo derecho. Cayó de rodillas, exhausto y malherido. Jadeando, apenas consciente debido al desangramiento y sus heridas. Kuren estaba delante de él, en pie y con su espadón preparado para ejecutar el golpe de gracia…

Crónica cuarta
Piedad

Jeron llevaba siete años al servicio de Devnos. Era uno de los soldados más respetados de la cuadrilla, y siempre había tomado ejemplo de su superior. Recordava como Devnos ayudaba a instalarse en la cuadrilla a los nuevos reclutas y los formaba personalmente.

Desgraciadamente, con el inicio de esta guerra, Devnos había tenido que pasar mucho más tiempo debatiendo estrategias con los demás capitanes y con los generales, por lo que no podía atender con debido esmero a sus soldados. Jeron se ofreció voluntario a seguir con su trabajo, y se sintió muy feliz cuando su capitán le dio las gracias.

Ahora, podía verlo arrodillado, sangrando, agotado, y a punto de morir. Él estaba dando todo su ser para que ellos vivieran, pero Kuren era demasiado poderoso. Había predecido la estocada mortal de Devnos y en respuesta le había quitado la mitad de su vista. Jeron lo sabía, esa era la última batalla para todos ellos.

Kuren miraba inexpresivo al agotado Devnos bajo él, y bajo su espadón con una fuerza inusitada. Todos los soldados de la cuadrilla de Devnos cerraron los ojos para no presenciar la muerte de su capitán.

Un sonido seco indicó que el espadón había llegado al suelo. Todo había terminado…

Jerón tenía mucho pánico, pero poco a poco fue abriendo los ojos. Al principio, debido al cambio de luz, solo podia ver las siluetas borrosas de su capitán, en el suelo, y de Kuren, de pie ante él. Una vez los abrió del todo, la escena que se encontró le sorprendió. El espadón estaba clavado a escasos milímetros de Devnos!

- Has luchado bien, Devnos. Has demostrado un honor y un coraje que estan fuera de lo normal para poder salvar la vida de tus soldados. Como capitán, aprecio muchísimo este hecho, y voy a perdonarte la vida. Además, sabes tan bien como yo que esta guerra es inútil. Hay algo más en ella que todos nosotros desconocemos y me gustaria que fueras tu quien me ayudara a descubrir que está sucediendo – dijo Kuren.

Devnos se encontraba todo lo atónito que podía encontrarse en ese momento, ya que apenas permanecia consciente.

- Mis hombres… déjalos… marchar… -dijo con gran esfuerzo.

- Tus hombres vivirán, Devnos. Se les permite volver a su hogar, y no humillados. Gracias a la valentía de su capitán pueden tener ese derecho. Pero…

Devnos nunca hubiera esperado esa respuesta…

- …tú te vendras conmigo. Vendrás a Sernh, capital de Minra, y me ayudaras a descubrir que hay detrás de esta guerra.

Lo había conseguido… sus hombres vivirían. Pero tal vez el precio había sido muy alto. Había perdido un ojo, estaba malherido y sería considerado un traidor en Asthorn. Entonces, una duda asalto su mente.

- Mí… familia… Que… pasará… con ellos? – exclamó al borde de la inconsciencia.

- Tenemos algunos hombres en vustro territorio, Devnos. Les diré que los saquen de la ciudad. Vivirán contigo en Sernh.

Devnos no pudo más. Se desmayó, herido de muerte. Kuren se puso manos a la obra deprisa.

- Soldados, dejad que estos soldados se vayan. Drein, ordena retirada a todo el batallon, hemos perdido este combate. No hace falta un derramamiento de sangre.

Dicho esto, se quitó su capa. Los soldados de Asthorn vieron asombrados la insignia del yelmo de Kuren, ahora visible. El emblema que portava era el que identificaba al principal general de los ejércitos de Minra. Habían sido engañados. Devnos no había luchado con un capitán, sinó con el hombre más poderoso del ejército enemigo.

- Marchaos a casa, asthorianos. Pero recordad quien os salvó la vida hoy, recordadle con honor. La próxima vez que lo veais, tal vez sea como vuestro enemigo…

Dicho esto, Kuren se dio la vuelta y empezó a caminar hacia el oscuro horizonte.

Jeron se dio cuenta de la terrible tormenta que tenian encima. No por su lluvia, sino por sus rayos. Era como si la naturaleza hubiera estado observando el duelo entre Devnos y Kuren y por respeto no hubiera lanzado esa tormenta con toda su fuerza.

“Pero recordad quien os salvó la vida hoy, recordadle con honor. La próxima vez que lo veais, tal vez sea como vuestro enemigo…”

Esta frase no paraba de recorrerle la cabeza. Seria capaz Devnos de enfrentarse a los que antaño eran sus amigos?

De repente, los soldados de la cuadrilla se dieron cuenta de la situación de la batalla. Minra se retiraba, habían ganado. Pero habían perdido a muchos amigos, y Devnos había desaparecido con el enemigo, herido de muerte.

Regresaron al campamento. Según avanzaban, miraran donde miraran solo podian ver heridos y muertos. Soldados llorando a sus amigos muertos, gritos de agonía y angustia, y los sanadores corriendo de un lugar a otro haciendo lo que podían por los heridos. Era una visión insoportable. Mucha gente había muerto ese día, y realmente no sabían el porqué, el motivo de esas muertes.

Jerón no pudo más, y gritó:

- Acaso un país tiene más valor que las vidas de sus habitantes!? Acaso tiene un hombre la potestad para mandar a morir a otros hombres!?.

Todos lo miraron, pero no dijeron nada. Era evidente que la gran mayoria estaban pensando exactamente lo mismo.

Solo una persona habló. La voz venía de la dirección donde se encontraba la tienda central. Jerón miró hacia allí y pudo ver a una figura alta, cubierta por una brillante armadura y con dos espadas envainadas en su cinturón.

- Tú eres Jeron, de la cuadrilla del dragón, no? – dijo…

Jeron estaba tan sorprendido que ni se movió un centimetro. Todos sus musculos estaban en tensión… Anté el estaba Efel, el general de Asthorn.

- S… s-í, m-mi general –tartamudeó Jeron.

- Donde está vuestro capitán, Devnos? – preguntó Efel.

Jeron no supo que responder…

Crónica quinta
Amarga victoria

- Señor… y-yo… n-nosotros fuimos emboscados por un grupo de minradianos dirigidos por el general Kuren de la armada de Minra. Este obligó a Devnos a mantener un duelo con él para salvar su vida y para evitar que ningún soldado muriera…

Efel miraba expectante a Jeron. Al no obtener respuesta, este continuó:

- Mi capitán y el general pelearon, pero era demasiado fuerte. Devnos le dio problemas, pero Kuren lo dejó malherido y ciego de un ojo...

Jeron hacía de tripas corazón, comprendiendo realmente que el sacrifício de Devnos había sido para evitar que ellos murieran. Sabía que al aceptar el duelo permitía volver a su cuadrilla con vida, aún si eso significaba su muerte.

- Kuren se dispuso a rematarlo, pero le perdonó la vida, y nos permitió volver, pero se llevó a Devnos con él…

Efel había escuchado todo el relato con un absoluto silencio, al igual que todos los soldados de los alrededores.

- Sin duda esto son lúgubres noticias para nosotros, la pérdida de un capitán. Desgraciadamente, y como puedes comprobar, no estamos en posición de ir a rescatarle – dijo Efel con calma.

- Pero…! –exclamó Jeron.

- Mira a tu alrededor, Jeron. Que ves? Acabamos de mantener una batalla. Hoy ha muerto mucha gente, y no estamos en condiciones de perpetrar un asedio contra Sernh, capital de Minra. Me duele la pérdida de Devnos, pero no podemos hacer nada. Daré ordenes a los espías que tenemos infiltrados en la corte de Minra para que me informen de su estado en todo momento. – expusó el general.

- Yo… muchas gracias por su preocupación, señor. – dijo Jeron con voz queda.
Jeron entró en una de las tiendas las cuales compartia con otros miembros de la cuadrilla, se quitó su armadura y se echó en su cómoda. Al momento, una figura entró en la tienda. Era un sanador:

- Hay algún herido entre vosotros? – dijo este.

Todos los miembros de la tienda negaron con la cabeza.

- Veo que teneis pequeños cortes y rasguños. Tomad, untáoslas con esta pomada. Desinfectará la herida y os aliviará un poco el dolor.

Dicho esto, el sanador le entregó un pequeño recipiente al chico que estaba más cercano a la tienda y acto seguido se fue.

Uno a uno, los chicos se fueron untando sus heridas. Jeron empleó un poco de pomada extra en un corte en su costado derecho particularmente feo, y noto como el dolor iba desapareciendo…

Se echó en su cama y se quedó mirando hacia el techo de la tienda, con la mente en blanco. Cerró los ojos, necesitaba dormir… pasarón los segundos, que para él fueron una eternidad, hasta que por fin una imagen se formó en su mente.

El rostro de Geralt podía verse claramente en la mente de Jeron. Habían sido amigos practicamente desde que nacieron. Nunca olvidaría el momento en que le mataron, pues fue en ese momento como si una parte de él muriera también.

Las lágrimas empezaron a surcar su dolorido rostro, y se quedó dormido…




Devnos recobró la consciencia, y se encontró en una pradera. Había caido la noche, y, para su sorpresa, estaba ileso. Empezó a andar hacía adelante, intentando recordar que había pasado. Recordaba la batalla, de cómo Minra los había rodeado, de Kuren, y de su singular batalla. Recordó que Kuren le había dicho que se iba con él, pero no parecia haber nadie por ahí! Además, en teoría le faltaba un ojo, y podía ver claramente con los dos!

Extrañado por este hecho, no se percató al instante de que enfrente suyo había una figura. Cuando se dio cuenta, se sobresaltó. Gracias a la luz de la luna y a las luciernagas, pudo identificar a esa persona: era Geralt.

Geralt lo estaba mirando, con una sonrisa en la boca y con cara de paz. Devnos no se lo podía creer. Si Geralt estaba muerto! Él lo vio morir ante sus ojos! Rompiendo sus pensamientos, Geralt habló:

- Parece como si hubiera visto a un muerto, capitán – profirió Geralt.

- Pero si tú estas… muerto… Vi como morias ante mis ojos… como puede ser esto?

- Bueno, podríamos decir que esto es lo que se podría llamar un encuentro predestinado. – afirmó Geralt.

- Yo… no pude cumplir mi promesa. Dejé que murieras… yo… no pude hacer nada por detenerlo… - se excusó el capitán.

- Deje de culparse, capitán. No fue culpa suya. Además, lo consiguió. Todos los demás han sobrevivido.

- Un momento, que este hablando contigo significa que he… muerto? – preguntó Devnos.

La única respuesta que obtuvo del soldado fue una enigmática sonrisa. Acto seguido, todo a su alrededor empezoó a desvanecerse, incluido el soldado, el cual profirió unas últimas palabras:

Cuida de los mios, por favor, Devnos.

Devnos se despertó sobresaltado y se inclinó, pero no pudo evitar hacer una mueca por el dolor. Notaba como le ardia la cara y uno de sus ojos, por el cual no podía ver. Así que después de todo, seguía vivo.

- No te incorpores todavía, tu estado es un tanto… delicado. – afirmó una voz.

El capitán giró si cabeza a la derecha, y pudo ver una familiar figura. Un hombre negro muy alto y musculoso estaba a su lado. Estaba bebiendo agua mientras un sanador le trataba las heridas que le había inflingido Devnos. Kuren habló:

- Estamos volviendo hacia Minra. Nos quedan unos 3 días de viaje antes de llegar a la capital. Hemos acampado por hoy y te encuentras en mi tienda.

Devnos echó un rápido vistazo a su alrededor. En efecto, se trataba de la tienda de un general. La mesa central era grande y estaba llena de mapas y de informes, probablemente planes de combate. Pudo ver otra cómoda aparte de en la que el estaba postrado, y vio un pequeño armario.

- No es un castillo de la realeza pero por lo menos es bastante acogedor, dadas las circunstancias.. profirió Kuren con una tímida sonrisa.

- Por qué no me has matado?

- Porque procuro acabar con el mínimo de vidas posibles, a poder ser. Vi en tu mirada la sabiduría, Devnos. Sabes tan bien como yo que el motivo de esta guerra es otro, no el que nos han dicho. Quiero que me ayudes a descubrirlo. – respondió Kuren

- Pero yo… he perdido un ojo, Kuren. No serviré para luchar. Además, no podría combatir contra mis amigos.

- No te pido esto, Devnos. Sé que podrás luchar, pero lo único que te pido por el momento es que te recuperes de tus heridas. Una vez recuperado del todo, te diré todo lo que sé y intentaremos buscar la verdad detrás de este conflicto.

Devnos se quedo pensativo. Supo desde el primer momento que esta guerra no se debía a que los “barbaros minradienses” querían matar y saquear sus tierras, sino otra cosa. Conocer a Kuren acabó de confirmarselo. Veia en él a alguien como a si mismo. Un general que se preocupaba por el destino de sus subordinados.

- Y bien Devnos, estas dispuesto a ayudarme? - preguntó Kuren.

Un tenso silencio reinaba en la tienda.

Crónica sexta
Mensajero de las lágrimas

La voluntad de Devnos se hallaba dividida en dos. Por un lado, deseaba volver a su tierra natal, a su país. Queria volver a ver a sus hombres, a Galerna, su mujer, y su hijo Tessar. No queria formar parte del “enemigo”, y no estaba seguro de si tendria que acabar luchando contra sus antiguos amigos. Pero por otro lado, podía sentir que Kuren no mentía. Era un hombre de honor, y le había dicho que su intención no era la de hacerle luchar, sino la de ayudarle a descubrir el misterio tras esa guerra. Además, tampoco podía negar que sabía que esta aparente guerra tenía un significado más profundo y oscuro del que nadie se podía imaginar. Lo supo desde el momento en el que le fueron transmitidas las ordenes junto a los otros generales y capitánes por parte del mismísimo Duque Waylan, soberano de esas tierras. En aquel entonces, Devnos pudo ver en sus ojos un extraño brillo mientras las palabras salían duras y claras por su boca. Algo no andaba bien.

Finalmente, había tomado una decisión.

- Te ayudaré, Kuren – dijo.

- Muy bien. Me alegra oír esa respuesta, Devnos. Te aseguro que nunca te vas a arrepentir por tu decisión de hoy. Ahora descansa, lo necesitas. Me parece que me ensañé demasiado contigo. – concluyó Kuren.

Dicho esto, Kuren salió de su tienda. Desde el interior, Devnos pudo oir como Kuren ordenaba a los soldados de la puerta que no dejaran pasar a nadie dentro. Se sentía muy cansado y las heridas le dolian, en especial la de su rostro. El último contraataque de Kuren había sido sin duda digno de un gran maestro de la espada. No había podido hacer otra cosa que quedarse boquiabierto mientras la espada le segaba la mítad de su luz.

Viendo que no podría hacer mucho más esos días, Devnos se durmió.

Un nuevo día amaneció en el continente de Yretdil. Las fuerzas de Asthorn llegaron a las puertas de Freth, agotadas, y deseosas de un merecedor descanso. Pero Jeron tenía otras cosas importantes que hacer. Ahora que Devnos no estaba, el era el nuevo capitán de la cuadrilla del Dragón. Supo que lo primero que debía hacer era visitar a las famílias de Geralt y Devnos.

Jeron andó por la ciudad, casco en mano. El ambiente era muy vivo, como siempre. Los mercaderes se peleaban por ver quien conseguia atraer la atención de las mujeres que habían ido a comprar para preparar la comida de ese día. Lo intentaban con rebajas en los precios, ofertas, o incluso piropos.

Pudo ver a un niño robandole una barra de pan a uno de los mercaderes, huyendo rapidamente a continuación. Jeron sintió pena por el niño. Probablemente se tratase de un huerfano sin hogar.

Así, llego ante la casa de Geralt. Fue a llamar a la puerta, pero su puño tembló. Como le diría a su esposa que su marido había fallecido en el combate?

Justo en ese momento, la puerta se abrío, y de ella salió un niño de aproximadamente 10 años. El niño se quedo mirando a Jeron, y le preguntó:

- Buenos dias, señor. Que desea?

Jeron respondió:

- Buenos dias. Esta tu madre en casa?

- Sí, estoy en casa, soldado – respondió una voz femenina desde el interior de la vivienda.

Una mujer se asomó a la puerta. Era rubia, con el pelo ondulado y bastante atractiva. Era realmente alta para ser una mujer.

- Es usted la esposa de Geralt Renris, señora? - preguntó

- Así es. Y quien es usted?

- Me llamo Jeron, y pertenezco a la cuadrilla donde milita su marido. Traigo noticias. Podría pasar?

En el rostro de la mujer podía verse un gesto de grave angustia y preocupación en oir esto último. Asintió levemente y dejó paso a Jeron.

Tras aposentarse, Jeron habló:

- Lo siento mucho señora. Su marido ha perecido defendiendo Asthorn.

La mujer se quedó blanca como la nieve. Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos, y empezó a sollozar. En unos pocos momentos estaba llorando y gritando desconsoladamente, al grito de “por que!?” en el suelo.

Jeron se tapó el rostro con la mano. Pensó en Devnos. Cuantas veces había tenido que soportar esto? Era evidente que la guerra no hacía ningun bien a nadie…

Minutos más tarde, se encontraba a sí mismo andando hacia el hogar de Devnos. Debía decirle a su mujer que su marido había sido capturado por el enemigo. No se sentía muy bien, pero debía hacerlo.

Cuando llegaba a la casa de Devnos, vio a una mujer pelirroja salir de ella con un niño. El rostro del niño le recordó muchisimo a Devnos. Siempre le recordaba cada vez que venía a esta casa. Pudo identificar a la mujer como Galerna, la esposa de Devnos, y al niño como el hijo de este, Tessar.

- Galerna! – gritó Jeron.

La mujer se dio la vuelta, y se sorprendió al ver a Jeron.

- Jeron! Que haces aquí? No estabais en plena campaña?

- La batalla ha terminado, Galerna. Hemos ganado – respondió Jeron – Y a quien tenemos aquí? – preguntó al niño, mientras le alborotaba el pelo.

- Ay! Tio Jeron, me haces daño! – exclamó Tessar.

- Que ganas tengo de que Devnos regrese ya a casa. Supongo que debe estar dando parte al resto de generales de la batalla. Siempre que os vais a una batalla estoy muy asustada por si os pasara cualquier cosa…

- Galerna… - musitó Jeron.

- Si, Jeron? – respondió esta.



Era un día como cualquier otro en el palacio ducal de Asthorn. El Duque se hallaba sentado en su trono, aburrido. Acababa de tener una charla con sus consejeros. Rutinaria, aburrida. Como siempre. De repente, las puertas de la sala se abrieron. Un chico de pelo corto y negro acababa de entrar en la sala. Este se arrodilló:

- Señor Duque, soy uno de los soldados a las ordenes del general Efel. Traigo el informe de la batalla contra Minra.

- Adelante – contestó el Duque.

- Las fuerzas de Asthorn han hecho restroceder a Minra, señor. Hemos perdido a 700 de nuestros hombres, y la gran mayoria están heridos de diversa gravedad. – informó el mensajero.

- Alguna baja significativa? – preguntó Waylan mientras arqueaba una ceja.

- Me temo que sí, mi señor. El capitán Devnos de la cuadrilla del Dragón ha sido hecho prisionero por el enemigo mientras intentaba salvar a sus soldados.

Waylan se quedó pensativo, como si estuviera meditando algo. Devnos… ese nombre le sonaba. De repente lo recordó. Era ese hombre que últimamente estaba tratando de obtener información sobre los motivos de la guerra, del porque del ataque de Minra.

- Gracias, soldado. Puedes retirarte – comentó Waylan.

El joven mensajero se levantó, hizo una reverencia y se marcho de la sala, dejando solo al Duque en la sala, de nuevo.

- Devnos… - musitó el Duque, mientras se rascaba el mentón de la barbilla.

En ese momento, una macabra sonrisa se dibujó en el rostro de Waylan.

Crónica séptima
Lorint

- No puede ser… Devnos… se lo han llevado… - murmuró entrecortadamente Galerna. Sus cara había palidecido, y unas pocas lágrimas empezaban a asomar.

- Lo quieren vivo. El general enemigo quería que colaborara con él, así que está vivo. Estoy seguro que de alguna forma, volverá sano y a salvo. Pero… - dijo Jeron.

Galerna lo miraba con una súplica en su mirada. Que podía ser peor que esto? Que su marido hubiera muerto? Imposible. Según Jeron, seguía vivo con toda seguridad.

- Pero tu marido tuvo que batirse en duelo con él, con el que se lo ha llevado, para salvarnos la vida. Habíamos sido emboscados, y probablemente hubiéramos muerto de no ser por él. – explicó Jeron

- Entonces… si estais aquí… es que venció? Pero si se lo han lleva…

- Perdió. – le cortó Jeron – Quedó malherido y ha perdido un ojo. Pero el general Kuren, en ver su valor y su voluntad, decidió llevarselo con él para que le ayudara.

Galerna ahogó un gemido en oir que su marido había perdido un ojo. La sola idea de pensar el sufrimiento que su amado había tenido que pasar la aterrorizaba.

Tessar estaba jugando con otros niños cerca de dónde se hallaban ellos. No había oido nada de lo que habían dicho, por lo que no sabía el paradero de su padre.

- Una última cosa, Galerna. – comentó Jeron.

- Di… dime, Jeron – dijo Galerna mientras ahogaba su pena.

- Oi al general enemigo decir que tal vez os vendrian a buscar. Tal vez sea tan solo un farol, pero estate atenta. No me fio de Minra.

Galerna se aterrorizó. Minra tenía hombres en Asthorn, y posiblemente también en Freth. Podrían ser usados para coaccionar a Devnos a unirse a ellos, bajo amenaza de matarlos… Que podía hacer ella?

- Lo siento mucho, Galerna – dijo Jeron mientras se inclinaba solemnemente – pero ahora debo irme. Con la ausencia de tu marido, he de cumplir las funciones del capitán de la cuadrilla. Hasta luego.

Dicho esto, Jeron bajó su mirada y empezó a andar dirección al palacio ducal. Pero de repente oyó una familiar voz a su espalda.

- Espera!

Se dio la vuelta y vió a Galerna mirandolo.

- Algun miembro de la cuadrilla ha… m-muerto? – preguntó lentamente.

Jeron cerró los ojos. Debía hacer de tripas corazón. No debía mostrar su debilidad ante personas más débiles a las que tenía que proteger. Se armó de valor, y lo dijo:

- Geralt. Geralt Renris – dijo, con un hilo de voz.

- Geralt! Oh no! – se sorprendió Galerna. – No puede ser…

Galerna conocía muy bien a todos los miembros de la cuadrilla. Su marido era muy cordial con todos, y en alguna ocasión ella les había llevado comida después de los entrenamientos.

- Desgraciadamente, así es – afirmó Jeron.

Dicho esto, se dio la vuelta y echó a andar, mientras las lágrimas caian por su rostro de piel albina, en un doloroso silencio.


Devnos estaba harto. Las heridas le limitaban muchisimo el movimiento, y encima, no podía distinguir la distancia de los objetos. Estaba claro que necesitaba recuperarse, y que en esos momentos había perdido toda su habilidad combativa. Sin saber la distancia, le era imposible atacar y protegerse eficazmente. Eso es lo que pensaba mientras el ejercito de Minra, junto con él, regresaban a Sernh. De repente, oyó la voz de Kuren a su lado.

- Seguro que estas pensando que porque te dejo ir a mi lado si supuestamente eres un enemigo, en vez de ir al final, como todo prisionero.

- No es eso, pensaba en mi ojo. Ahora que no lo tengo, realmente no sirvo para la lucha – dijo Devnos.

- Dicen que cuando pierdes un sentido, los otros se agudizan para suplir la falta. Pero en tu caso has perdido la mitad de un sentido. Supongo que con el tiempo y con experiencia podrás volver a ver bien, aunque sea con un solo ojo. – respondió Kuren, con cierta sorpresa al darse cuenta que se había equivocado.

- Espero que tengas razón… - respondió Devnos.

- Mira, allí, en el horizonte! Estamos llegando. Admira la belleza de Sernh, capital de Minra.

La primera impresión de Devnos no fue otra que la de impresionarse. Nunca antes había visto Sernh. Ante él podía ver una enorme ciudad costera, en la que las casas rodeaban el centro de esta, donde se hallaban el castillo y otra gran estructura, pero no lograba identificar su propósito.

- Es la gran catedral de Sernh. Es la residéncia de la sagrada Orden del Castigo Divino. Creo que en Asthorn lo llamais la Santa Inquisición. – dijo Kuren, dudando de si esta vez había acertado.

- La sede central de la Inquisición estaba en Sernh!? – exclamó Devnos. No me lo puedo creer!

Asthorn era una región donde todo tipo de cultismo o secta estaba estrictamente prohibida, incluida el cristianismo. Devnos sabía de ella porque estaba muy extendida en todo el mundo, según le contaban viajeros errantes que a veces se detenían en Freth.

- Así es – dijo Kuren – Y si me permites añadir algo (bajó la voz), creo que están detrás de esta guerra. No se si para bien o para mal.

Llegaron a las puertas de la ciudad. Los guardias abrieron las puertas al ver de que quienes llegaban eran sus soldados.

- Una nueva victoria para Minra, señor? – dijo uno de los guardias.

- Me temo que esta vez no, soldado. Hemos tenido que retirarnos. Asthorn es un oponente formidable. – respondió Kuren.

El guardia guardó silencio. Sabía que no debía hacer más preguntas.

- Ahora me disculparás Devnos, pero debo seguir unas ciertas… precauciones para que el Rey y sus consejeros no te consideren una amenaza – explicó Kuren.

Actó seguido, sacó un pañuelo de su capa de viaje. Devnos lo comprendió al instante.

- Quieres que me tape los ojos para que no vea posibles rutas de escape, no?

- Tan perspicaz como siempre. – afirmó Kuren con una sonrisa en los labios – Siento tener que hacerlo, pero no tengo otra salida.

Devnos, no dijo nada. Se puso el pañuelo en la cabeza, tapándole los ojos tras bajarse de su caballo, y asintió. Dos soldados lo ayudaron a moverse por la ciudad. Devnos oia muchas voces. Parecía ser que la vuelta del ejercito había despertado expectación entre las gentes de Sernh, pero más expectación había despertado su aparición. Podía oír como la gente lo insultaba, le gritaba y lo llamaba al grito de “Infiel!”. Pero de repente se espanto al oir la voz de Kuren por encima de todas las demás.

- Es que acaso no se predica que debeis respetar a todos vuestros semejantes!? Este soldado asthoriano se va a unir a nosotros!

El ruido que provenía de la lejanía, de la gente, cesó de inmediato. A continuación siguieron andando. Tan solo se oian unos pocos pájaros y las pisadas de los soldados. Kuren había enmudecido a toda la gente. Devnos se dio cuenta entonces: Kuren era muy importante en aquella ciudad. No solo era un general. Era un hombre inmensamente respetado.

Siguieron andando. Escalones, piedra, escalones, piedra… Perdio la noción del espacio durante un buen rato, hasta que oyó los ecos de sus pasos. Acababan de entrar en un lugar muy grande. Devnos pensó que se trataría del castillo. Siguieron subiendo y andando, hasta que Kuren ordenó detenerse a todos los presentes.

- A partir de ahora solo seguiremos Devnos y yo. Gracias, chicos. – dijo.

Kuren le agarró por el brazo y le guió a partir de entonces. Finalmente, se volvieron a detener. Kuren habló:

- Ahora puedes quitarte la venda, Devnos.

Devnos se quitó la venda. Una vez abrió los ojos, se encontró con que un hombre venerable y anciano se hallaba ante él. Pudo sentir su magnificiencia, su poder y su personalidad aplastante. Tenía una larga barba de color blanco que hacía juego con su larga melena del mismo color.

Bienvenido a mis tierras, Devnos – dijo el Rey Lorint.



Galerna se hallaba en su casa, preparando la comida. Acababa de volver de la casa de los Renris. Herionis, la mujer del difunto Geralt, estaba destrozada. Trató de consolarla como pudo, y estuvo con ella toda la mañana.

Absorta en sus pensamientos, Galerna no se dio cuenta que dos figuras encapuchadas la observaban a través de la ventana, des de el otro lado de la calle.

Crónica octava
Destapando las mentiras

Devnos se hallaba en la sala del trono del castillo de Sernh, el centro de poder de Minra. Estaba ante el líder enemigo, la máxima personalidad de Minra. Podia ver a escasos metros, enfrente de él, al Rey Lorint de Minra, soberano de esas tierras.

- Kuren me ha enviado un mensajero con la noticia mientras regresabais. – explicó Lorint – ¿Así que has decidido unirte a nosotros con la condición de que trajeramos a tu familia a salvo a Sernh, eh? Me parece perfecto, y he accedido a tu petición. En estos momentos mis espías se están encargando de ello.

Devnos no se lo podía creer. ¡No recordaba haber dicho nada de eso a Kuren!. Miro a Kuren para preguntar si todo eso era algún tipo de broma absurda, pero al verle, pudo distinguir una afable sonrisa en los labios del general. Estaba claro, Kuren había mentido para que Devnos fuera aceptado por Minra.

- Si, su alteza. Así es. Creo que… esto… el Duque Waylan ha… hecho algo que no esta bien. Pude sentirlo, y… no puedo combatir a las ordenes de alguien con intenciones oscuras – comentó Devnos, improvisando sobre el camino.

- Una buena razón, por lo que veo. Pero, en efecto, has acertado. La guerra se ha iniciado por su culpa. No estás equivocado en afirmar que el Duque planea algo malvado, pero, desgraciadamente, no os puedo contar de que se trata. Lo lamento mucho, Kuren, pero a ti tampoco – se explicó el rey.

- Entiendo, mi alteza – se limitó a responder Kuren.

Devnos se hallaba confuso. Según la versión que él conocía, el que había empezado la guerra era Lorint. ¿Qué demonios estaba sucediendo?

- Devnos, ¿te importaría vivir en casa de Kuren en estas primeras semanas? Allí estarás seguro, y no me equivoco al afirmar que eres un recién llegado y encima de un país con el cual estamos en guerra. No creo que todo el mundo te quiera, precisamente. No se si me entiendes… Además, preferiría que descansaras, algunas de tus heridas aún no se han cerrado del todo. – comentó Lorint

- Lo comprendo, su alteza. Gracias por molestarse en asegurar mi seguridad – se limitó a decir Devnos.

- En cuanto tu familia llegué, serás el primero en ser notificado. No dudes de ello. Ahora, si me disculpais, tengo algunos asuntos que atender, así que si no hay nada más que hablar… os pediría que os marcharais – finalizó el rey.

Ambos asintiéron con la cabeza, y abandonaron la sala. Empezaron a bajar los escalones, en dirección hacía el exterior del castillo.

- Lamento no haberte consultado lo del mensajero, Devnos, pero debía de hacer todo esto para que te ganaras la confianza de mi rey, y, además, no parecieras una amenaza para Minra. – le explicó Kuren a Devnos.

- No hay problema, Kuren. Lo entiendo. El problema es que me ha sorprendido bastante.

- En fin, te llevaré a mi casa y te presentaré a mi família. Después me tengo que ir a informar al resto de oficiales de la situación – finalizó el hombre de tez negra.

Kuren confiaba en Devnos. Esta última afirmación así se lo hacía pensar a él. Asintió, con una leve sonrisa de agradecimiento, y se dirigieron hacia el hogar del general.

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Galerna no se percató de cómo ambas figuras entraban sigilosamente por la ventana de la cocina. De repente notó una mano tapándole la boca y otra sujetandola con firmeza. Se aterrorizó. ¿Quien era? ¿Era Minra? ¿Iba a raptarla? Empezó a desesperarse. Una voz grave, de la persona que la sujetaba, habló:

- No grites, no somos enemigos y no queremos hacerte ningún daño.

Galerna asintió una vez, y la figura que la tenía atrapada aflojo la fuerza con la que la sujetaba, y la liberó. Se dio la vuelta y pudo ver a dos hombres encapuchados mirandola.

- ¿Quienes… sois? – preguntó.

- Hombres de Minra. Hemos venido para llevarnos a ti y a tu hijo. Órdenes del rey Lorint.

Galerna se puso muy pálida. Realmente eran ellos, y venian a por su hijo y a por ella…

- Venimos a llevaros a Minra, con tu marido – concluyó la segunda figura encapuchada.

Ella jamás se había esperado una respuesta como esta.

- ¿Quereis decir que… mi marido… no…

No pudo acabar la frase, ya que el segundo hombre respondió:

- Tu marido no ha sido hecho prisionero, como dicen aquí. Él accedió a venir con nosotros voluntariamente. Nosotros le dimos la opción de llevaros con él.

- Yo… - Galerna no sabía que decir – acepto. Si mi marido está de acuerdo con esta idea, yo también. Confío ciegamente en él – finalizó.

- Muy bien – respondió el primer hombre – Esta noche partiremos. Os vendremos a buscar y nos iremos sin que detecten nuestra presencia. El viaje hasta Sernh durará aproximadamente 5 días.

- De acuerdo, estaremos listos para la noche.

Los hombres se fueron con el mismo sigilo con el que habían llegado, como una brisa de aire fresco.

Galerna se hallaba conmocionada. No sabía que creer. Su marido se había unido voluntariamente al enemigo? Aquí había algo que no iba bien, pero tenía que verlo. No acababa de creerse las palabras de esos hombres. Al fin y al cabo eran el enemigo, pero eran ordenes del rey… no sabía que creer. Estaba haciendo bien o se estaba equivocando? Sabía que la única forma de saberlo era yendo a Minra…

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Jeron acabó su turno de tarde bien entrada la noche. La detención de ese peligroso violador que últimamente estaba en boca de todos le había entretenido algunas horas de más y ya se había hecho de noche. Había decidido pasar por casa de Galerna antes de ir a la suya a descansar, para asegurar que todo estaba en orden.

Llegó a la puerta del domicilio, y llamó. Golpeó dos veces la puerta, y vió como esta se entreabría. Sorprendido, Jeron desenvainó y entró lentamente en la vivienda. Podría ser que los hombres de Minra hubieran hecho ya su movimiento? Imposible, si se hubieran llevado a Galerna y a Tessar por la fuerza, los vecinos lo habrían oído.

Al entrar, vío una casa casi vacía. Muchas cosas habían desaparecido, y no pudo encontrar ni a Galerna ni a Tessar. Al llegar a la cocina, pero, encontró un pequeño y pulido sobre sellado encima de la mesa. Creyendo que lo estaba haciendo por una buena finalidad, Jeron rompió el sello y abrió la carta. Leyó su contenido:


Nos hemos llevado a Galerna Aasern y a Tessar Aasern a Minra, con Devnos Aasern, antiguo capitán de la Cuadrilla del Dragón del ejército de Asthorn, quien, amablemente, se ha unido a nosotros por una causa justa.

Larga vida al rey Lorint!

~Minra



No podía ser. Minra se les había adelantado. Y por lo que ponía en esa carta… Devnos había aceptado el ofrecimiento de Kuren… ahora formaba parte del enemigo. Los peores temores de Jeron se vieron confirmados en ese momento. Inmediatamente, echó a correr por la calle, dirección al castillo. Debía entregarle esto al Duque Waylan de inmediato, aunque fuera de noche.

Llegó al castillo, donde dos guardias lo pararon.

- ¿Qué asuntos te traen por aquí a estas horas, Jeron? – dijo uno de los guardias.

- ¡Traigo información muy importante que el Duque debería saber ya!

Ambos guardias se miraron entre si, y asintieron.

- Muy bien, Jeron. Espera en la sala de visitas. Cuando el Duque este listo te avisaremos para que puedas hablar con él.

Jeron asintió, y entró en el castillo. Fue a los cuarteles, lugar que conocía muy bien, y espero en su entrada a recibir noticias.

Devnos les había traicionado? Jeron no lo creía así. Debía haber algún motivo para este cambio de bando, pero no tenía ni idea de cual podría ser. Podrian haberlo amenazado con matar a su familia si no colaboraba? Las opciones que le venian a la cabeza eran miles, pero sin duda al Duque no lo gustaría nada esta noticia.

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Galerna y Tessar estaban en un carruaje, de camino a Sernh. Aquellos hombres habían cumplido su promesa, y parecían de fiar. Tessar dormía placidamente en la parte trasera del carruaje, mientras ella miraba el cielo despejado y estrellado. Gracias a la luz de la luna, podían avanzar sin ningún problema.

Cinco dias… ese era el único obstaculo que se interponía entre ella y su amado. Pero había algo que no acababa de comprender. ¿Qué debía contener esa carta que Aernur, uno de los dos hombres, había dejado sobre la mesa de la cocina?

- Señorita, le recomiendo que descanse un poco. Me temo que estos últimos acontecimientos la deben haber dejado un poco agotada, y debería descansar un poco. Aún nos queda mucho viaje antes de llegar a Sernh – dijo Aernur, a su lado.

Galerna asintió y se fue a la parte trasera del carruaje, donde se puso a dormir con su hijo, habiéndose asegurado previamente de que este estaba en buen estado. No había sido fácil contarle a Tessar que le sucedió a su padre, y menos decirle que se iban de Freth. Para sorpresa de Galerna, Tessar se había tomado la segunda noticia con muchisima alegría, pues, según él, “podría ver a papá una vez más”.

Cerró los ojos, y en escasos diez segundos se quedó dormida

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Un guardia apareció en la entrada de los cuarteles media hora después de que Jeron hubiera llegado.

- Señor, el Duque le espera en la Sala Principal.

- De acuerdo, soldado. No hace falta que se moleste en venir. – dijo Jeron.

- ¡De acuerdo, señor!

Jeron fue hacia la Sala Principal. Al llegar, llamó a la puerta y oyó un leve pero claro “pasa” que provenía desde el otro lado.

Abrió la puerta, y se encontró al Duque, algo dormido, pero expectante ante las noticias que Jeron le traia.

- ¿Y bien? – dijo el Duque.

- Señor, he encontrado esta carta en casa de la familia Aasern. Creo que su contenido es de suma importáncia.

Jeron le entregó la carta al Duque.

Waylan leyó la carta. A medida que iba leyendo, la furia era cada vez más evidente en su rostro, cada vez más rojo. Una vez acabó de leer, le preguntó a Jeron con una calma y una forma de contener las palabras que al joven capitán le dieron escalofrios.

- ¿Sabias tú algo de esto? ¿Sabias que existia la posibilidad de que Devnos Aasern se uniera al enemigo?

- Siempre tuve temor a que se cumpliera esa posibilidad, señor. Por lo que dijo el general Kuren al terminar el duelo, era muy posible que Devnos se uniera a Minra, señor. Lo siento, señor.

Waylan estalló. No podía ser. Creia que Devnos acabaría torturado y muerto, no uniéndose al enemigo! Su plan ahora empezaba a correr peligro. Debía tomar las medidas necesarias para que no sucediera nada más fuera de los límites.

- ¡Guardias! – gritó el duque.

Aproximadamente veinte guardias llegaron a los pocos segundos a la sala, más los que se encontraban en su interior.

- ¡Capturad a este hombre! – dijo.

Jeron se vió apresado por seis guardias. No se lo podía creer. Aquello era una macabra broma. ¿Que estaba sucediendo?

- Capitán Jeron, tu y el resto de la Cuadrilla del Dragón quedais detenidos por intentar rebelaros contra Asthorn. La Cuadrilla del Dragón deja de existir a partir de este mismo momento!.

Crónica novena
Una visita inesperada

Devnos salió del castillo. Era ya de noche, asi que pudo contemplar la belleza nocturna de Sernh. La luna era la única fuente de luz de la zona, a excepción de pequeñas luces en las casas y algunas antorchas de las patrullas de la ciudad que circulaban para ver que todo estaba en orden. Podía oír el mar, las olas rompiendose. Cuanta calma le otorgaba ese sonido a su cansada mente.

- Mas vale que lleguemos pronto a mi casa, Devnos. Te veo muy cansado – dijo Kuren.

No se lo podia reprochar. No podía más. Habían sucedido demasiadas cosas en demasiado poco tiempo.

Llegaron a una pequeña mansión, grande, pero no muy ostentosa. Kuren se aproximó a la puerta y llamó. Se oyó un andar apresurado, y la elegante puerta se abrió lentamente. Un chico joven, de unos 13 años, se asomó, y al ver a Kuren, esbozó una ligera reverencia.

- Bienvenido a casa, amo – dijo.

- Cuantas veces te he de decir, chico, que aunque seas mi criado no quiero que seas tan formal? – replicó Kuren.

- ¡Pero… señor…!

- Con un “buenas noches” es más que suficiente. Y no me llames señor, llámame Kuren – concluyó este.

- De acuerdo, señ… Kuren. – se apresuró a corregir el criado.

- ¡Mucho mejor! Oye, necesito que avises a Helena de que he vuelto, y que traigo un invitado.

El criado asintió y se fue corriendo hacia el interior de la mansión.

- Adelante, Devnos. Siéntete como en casa – le dijo Kuren.

Entraron en la mansión. Devnos se quedó impresionado al instante. Aún a pesar de ser una gran casa, con pinta de tener muchas riquezas, la verdad es que en realidad era una vivienda bastante modesta. Llegaron a una sala donde habían algunas sillas.

- Por favor, sientate. – comentó Kuren.

Devnos volvió a asentir. Se sentó y vio como Kuren se iba de la sala. Al cabo de medio minuto, oyó algunos murmullos de voces. Probablemente debían de ser Kuren y su mujer. Se aposentó comodamente en la silla y trató de descansar un poco. Cerró el ojo.

No sabía cuanto tiempo había pasado desde que cerró el ojo hasta que volvió a oír la voz de Kuren.

- Devnos, te presento a mi mujer, Helena.

Abrió el ojo. Ante él pudo ver a Kuren junto a una mujer tremendamente bella. De tez clara como la luz de la luna, su liso y oscuro cabello del color del azabache llegaba hasta su cintura. La mujer le sonreia.

- Encantado de conocerte, Devnos. Kuren me ha contado lo sucedido y estaremos encantados de que te quedes a vivir con nosotros. Le acabo de pedir a los criados de la casa que te preparen una de las habitaciones.

- Encantada de conocerla, señora. No tengo palabras para expresarle mi agradecimiento por la ayuda que me estan brindando. – respondió Devnos.

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Jeron jamás se hubiera imaginado que acabaría siendo encarcelado en su propio país. Ahora se encontraba allí, en una celda de muy poco espacio, el suficiente para que se pudieran echar 3 personas. Junto a él había una jarra de agua, y los restos de la comida que amablemente le habían servido algunos de los guardias amigos suyos.

Por lo menos habían tenido la decencia de ponerlos apartados de los demás prisioneros, por su propia seguridad. Jeron era el único que disponía de celda para el solo.

¿Qué demonios le había sucedido al Duque? ¿Por qué ese comportamiento tan extraño? Por qué acusarlos de traidores? Pudo reconocer claramente su cara de rabia al enterarse que Devnos se había unido a Minra, pero… ¿qué tenían ellos que ver con todo aquello? Estaba claro de que eso se trataba de un lamentable error, o bien el Duque ocultaba algo.

Los días pasaron lentos en la celda de Jeron. Este se empezó a sentir como los vulgares criminales que eran encerrados allí. Ahora entendía como se sentían. Tenía el trato de favor de estar en una celda aislada y solo (muchos de sus compañeros no habían tenido ese privilegio), y recibía una comida algo más consistente que el pan y agua que se les suministraba a los demás. Aún así, tenía que soportar el frío, las humedades, tener que hacer sus necesidades en un rincón de la celda y recogerlas él mismo. Era un infierno…

Al quinto día de confinamiento, uno de los guardias se acercó a la puerta de la celda de Jeron:

- Lo siento, capitán, pero tenemos que traerle un compañero de celda. Las demás estan ya llenas, y no podemos ponerlo con los otros reclusos. Creo que con usted podrá estar… “seguro”.

“¿Desde cuándo los criminales reciben tal grado de generosidad por parte de los carceleros?” pensó Jeron.
Vió como dos guardias traian preso al sujeto en cuestión. Era algo más bajito que Jeron, y estaba cubierto de arriba a abajo con una capa, haciendo imposible ver su rostro o sus ropajes.

- Ponte en el fondo de la celda, Jeron, por favor – dijo uno de los carceleros.

Jeron obedeció. Intentar escaparse era una locura, y probablemente lo ejecutarían. Dabía de pensarlo mejor antes de elaborar un plan arriesgado.

El carceleró que se dirigió a Jeron cogió las llaves y abrió la celda. Los otros dos tiraron al individuo encapuchado al interior de la celda. El antiguo capitán se dío cuenta de que lo habían traído inconsciente. Se acercó a él y, por mera curiosidad, la quitó la capucha. Lo que vió nunca se lo hubiera esperado.

Ante él se encontraba un rostro delicado, con el pelo largo y liso, moreno. No había duda de que Jeron se había confundido. Se encontraba ante una mujer, no un hombre. Ahora entendía el porqué. No habían querido ponerla con los demás presos porque posiblemente la hubieran violado, así que la pusieron con él.

Le tomó el pulso, el cual era regular. Simplemente estaba inconsciente. Cogió una de las pocas mantas que tenía para taparse y la cubrió con ella, con mucho cuidado y poniendola en una posición confortable. Acto seguido, se sentó con su espalda apoyada en una de las cuatro paredes de la celda, mirando hacia la pequeña ventana con barrotes.

“Que he hecho yo para merecer esto?”

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Ghaeras Lorint se hallaba en sus aposentos privados, escribiendo una serie de manuscritos, cuándo oyó como el aire fluia por la habitación. Pero… la ventana estaba cerrada! Inmediatamente, se dio la vuelta. Pudo ver la puerta cerrada y, al lado de la cama, una figura encapuchada.

- Ah, eres tú… - suspiró Lorint.

- Así es, rey Lorint. Vengo en el nombre de todos… otra vez – exclamó al figura con un tono muy grave.

- El ataque a Asthorn fue un fracaso. No conseguimos hacer desistir al duque Waylan…

- Lo conseguiste. Has conseguido retrasar los esfuerzos del duque… por ahora. Pero no debemos demorarnos… o muchas vidas podrían perecer.

- Pero, decidme, que esta suced…

- Es “Su” voluntad.

- Entiendo… así sea, entonces.

- Nuestras fuentes indican que el soldado asthoriano que vino con nuestro ejercito podría conocer algo relevante sobre el tema, que incluso el desconoce. Nos gustaría hablar con él. Queremos hablar también con el general Kuren.

- Pero, por qué K…

La figura encapuchada perforó a Lorint con una mirada gélida pero poderosa.

- En-entiendo… así se hará.

La figura desapareció sin más, como si la nada lo hubiera engullido.

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- Despierta Tessar! Tienes que ver esto!

Galerna se estaba dando prisa en despertar a su hijo. Este abrió los ojos, y, somnolientó, le preguntó a su madre:

- ¿Qué pasa, mamá?

- Mira a donde estamos llegando, hijo – dijo ella.

Tessar se desperezó y miró al exterior del carruaje. Ante el pudo ver, en la lejanía, el esplendor de Sernh, capital de Minra.

- Ya estamos llegando, Tessar. Esa ciudad es Sernh. Tu padre esta allí – dijo la madre.


Jeron estaba comiendo en su celda, tranquilamente, cuando de repente oyó un grito ahogado. Se giró rapidamente, y pudo ver que la mujer se había despertado, sobresaltada. Parecía asustada y no sabía donde estaba.

- No se preocupe, señorita, estamos en un lugar seguro… demasiado seguro, diria yo… - dijo Jeron.

La chica miró directamente a Jeron. Tenía los ojos de un fulgurante verde esmeralda. Su mirada era muy profunda. Jeron sintió como si los ojos lo atrajeran hacia si, hacia un pozo sin fondo.

Viendo la situación, la mujer se calmó, y le pregunto a Jeron:

- Quién eres? Donde estamos?

Jeron respondió cortesmente:

- Estamos en la cárcel de Freth, capital de Asthorn. Me llamo Jeron, y como ves, ahora no soy más que un humilde prisionero.

La mujer no paraba de mirar por toda la celda.

- Las cárceles de Freth? Pero si decian que estas carceles estaban superpobladas con criminales muy peligrosos! Por que en esta solo estamos tu y yo?

Jeron comprendía esa pregunta. Todo el mundo sabía lo que le pasaba a una mujer que era encarcelada por aquí…

- Soy el antiguo capitán de la cuadrilla del Dragón. Por motivos que aún desconozco, el duque nos considero traidores y nos encerró aquí.

A la mujer se le encendieron los ojos, y rapidamente preguntó:

- Como te llamas?

- Yo? Jeron Ryler, a su servicio.

- Creia que el capitán de la cuadrilla del Dragón se llamaba Devnos – afirmó vivazmente la mujer.

- Sí… bueno, es una larga historia…

Jeron le contó a la mujer todo lo sucedido. No sabía porque se lo estaba contando, pero al hacerlo se sentía muy aliviado, y sentía como si esta mujer fuera alguien en quien se podía confiar.
Al acabar el relato, la mujer preguntó:

- Por un casual no te apellidarás Brightsun?

Jeron, sorprendido, afirmó con la cabeza.

- Por fin te he encontrado! No sabes cuanto tiempo llevaba buscandote! – dijo ella

Jeron se quedo todavía más sorprendido. ¿Qué era aquello, una broma?. Pero al ver a la mujer sonriendo, pro primera vez se dio cuenta de lo joven que era. Debía tener os o tres años menos que él.

- En fin, me parece que no me he presentado. Me llamo Krista, y he venido a buscarte, Jeron.

- Espera un momento… “¿he venido a buscarte?” Entonces por que me has hecho contarlo todo?

- Tenía que saber que realmente eras tú. No podía equivocarme de persona. Tú tienes un papel en todo esto, Jeron. Un papel mayor del que jamás te hayas podido imaginar.

- ¿Un… papel… en… esto? ¿A que te refieres? – dijo sorprendido por tercera vez el soldado

- A esta guerra, por supuesto. Cometí un robo aposta para que me capturaran y me trajeran aquí. Por suerte, he acabado directamente en tu jaula y no he tenido que trabajar de más…

- ¿Pero qué…

- Esta noche huiremos de aquí. Una vez lleguemos a nuestro destino, comprenderás porque te he venido a buscar, comprenderás cual es tu verdadero destino. – dijo Krista.

- Pero, como saldremos de aquí? Toda la zona esta fuertemente vigilada!

- Eso dejamelo a mí – dijo Krista, sonriendo picaronamente, mientras le guiñaba un ojo.

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Devnos se encontraba observando el mar desde la ventana de su habitación. Estaba muy preocupado por Galerna y por Tessar. habían pasado ya cinco días desde que habían partido de Freth y no tendrian que tardar ya en llegar.

De repente, la puerta se abrió, y Helena entró en la habitación.

- ¡Devnos! ¡Traigo buenas noticias! ¡Tu mujer y tu hijo están llegando a la ciudad! Un mensajero ha venido a decirmelo. Estarán aquí sobre el mediodía.

- ¡Por fin! Ya empezaba a preocuparme demasiado. Pensaba que les había ocurrido algo malo. Menos mal que estan bien…

- Os he preparado una habitación para tu mujer y para ti, Devnos. Esta habitación será para tu hijo.

- Muchisimas gracias Helena. La verdad, no se como os puedo devolver todo lo que estais haciendo por nosotros.

Helena sonrió, y dijo:

- No es nada, en serio. Kuren siempre ha sido una persona muy amable y a mi tampoco me importa que esteis aquí. Como más seamos, mejor.

La conversación fue interrumpida por uno de los criados, que abrió la puerta jadeando.

- Señora Helena, un guardia ha venido a buscar al señor Devnos. Dice que el rey Lorint quiere hablar con él… y con el señor Kuren. Él ya esta de camino.

Devnos se puso en pie. Que querría Lorint de alguien como él? Información, probablemente. Pensó que era muy extraño que fuera tan amable de buenas primeras, estaba claro que tarde o temprano reclamaría los favores.

- De acuerdo, iré con el guardia a ver al rey. Helena, si fueras tan amable… podrías atender a mi familia si llega antes de que yo vuelva?

- No hace falta ni que me lo pidas, Devnos. – respondió esta.

Acto seguido, bajó, y se fue con el guardia.

Una vez en el castillo, se encontró a si mismo esperando en la antesala del trono cuando una familiar figura apareció de las puertas.

- Entra, Devnos. El Rey quiere hablar con nosotros – dijo Kuren.

Entró, y se encontró al venerable pero poderoso rey Lorint postrado en su trono.

- Buenos días, Devnos. Veo que has recibido la noticia.

- Si, Rey Lorint. Que es lo que desea? – preguntó Devnos.

Devnos notaba al rey tenso, como si le costará escoger las palabras que iba a decir a continuación.

- Hay… alguien que quiere hablar con vosotros…

De repente, una figura encapuchada apareció de detrás del trono.

- Buenos dias, Kuren y Devnos. Encantado de conoceros. Os hemos llamado por dos motivos bien distintos, pero a la vez muy parecidos.

- ¿Quien eres? – preguntó Kuren

- Lo sabrás a su debido momento, general. Sabemos que hace tiempo que llevas buscando los origienes de este conflicto por tu cuenta. Aunque trates de ocultarlo, nada escapa a nuestra vista.

- ¿Pero como…

- Eso no es importante ahora. Nos gustaría que compartieras toda la información con nosotros, a ser posible. A cambio, nosotros te contaremos los que sabemos – afirmó el encapuchado.

Kuren parecía dudar en su respuesta. Finalmente, se decidió.

- Colaboraré, pero espero que la información sea fiable.

- Creeme, lo és – intercedió el rey Lorint.

- Dejame continuar, Ghaeras, te lo ruego – afirmó poderosamente la figura.

El rey se calló. Kuren estaba impresionado, al igual que Devnos. Esa figura estaba tuteando al mismisimo rey y este ni se inmutaba. ¿Quien era ese individuo? ¿Y porque hablaba de “nosotros”?

- Devnos, antiguo miembro de las fuerzas de Asthorn. Sabemos que estuviste investigando también por tu cuenta las razones de la guerra, y nos interesa especialmente toda la información que nos puedas aportar. Como cambio, te ofrecemos conocer las verdaderas intenciones del duque Waylan.

Devnos no se lo creia. Tenía ante sí la respuesta a todas sus dudas sobre el origen de la guerra a su abasto. Pero no sabía nada de relevancia sobre las actividades del duque…

- Pero no vi ninguna actuación especialmente sospechosa por parte del d…

- Puede que tu no sepas si esas acciones son sospechosas o no – respondió tajantemente la figura.

- Acepto. Llevo mucho tiempo queriendo saber el porqué de todo esto.

- Muy bien. Entonces debereis saber que todo lo que conozcais y veais a partir de ahora es secreto. Revelar este secreto será considerado como una cto de traición y el culpable será ejecutado.

Ambos asintieron. El encapuchado se quedo en silencio.

El rey Lorint tomó la palabra:

- Entonces, es hora de que conozcais a uno de los artífices de esta guerra. Os presento a Brem Uthor, uno de los miembros del Gran Cónclave de la Orden del Castigo Divino.

Crónica décima
Revelación

- Supongo que va siendo hora que sepais unas cuantas cosas sobre el origen de esta guerra – dijo Brem.

Kuren estaba atónito. Él creia que los que habían iniciado la guerra era Asthorn, no Minra. Que podía significar todo aquello?

- Devnos, ¿no notaste algo raro en el Duque Waylon ultimamente? – inquirió Brem, con un tono casi místico.

Devnos lo pensó detenidamente. Sí, algo había cambiado en la actitud del Duque. Estaba más aislado, errático, como si solo pensara en sus cosas y apenas le prestara atención a otra cosa que no fuera la guerra.

- Sí. Últimamente se le notaba más abstraido. Hablaba mucho para sí y se le veía como muy metido en sus cosas. Solo prestaba atención si era sobre temas de la guerra.

- Eso es porque lo que en realidad busca no lo puede decir. Si lo dijera, lo tomarían por un loco y probablemente el pueblo se amotinaría. – explicó Brem.

Tanto Devnos como Kuren no sabían que a partir de ese momento, su forma de creer en el mundo y sus creencias iban a cambiar para siempre.

- El Duque intenta convocar un demonio mayor.

- ¿¡QUÉ!? ¿Un demonio? ¿Pero que tipo de broma es esta? ¡Los demonios no existen! – saltó exasperado Kuren.

Devnos parecía expectante, pero con una clara cara de sorpresa e incredulidad.

- Los demonios existen, Kuren, así como existe la magia y los Dioses. Antiguamente, toda la civilización estaba basada en el uso de las magias y en el culto a estos dioses y demonios. Se dice que existia un gran Dragón, llamado Ak’theylos, que poseía un poder inimaginable para nosotros. Se dice que era venerado como un Dios. Era benevolente, y dio lugar a una raza de seres llamados “Eraeos”. Estos seres humanos poseían la herencia del Dragón, y eran capaces de usar y manipular la magia a su antojo. El mundo creció libre y feliz bajo la protección y ayuda de Ak’theylos y los Eraeos, parecía que nada podía ir mal.

Ambos soldados estaban sorprendidos. ¿Magia? ¿Ak’theylos? ¿Eraeos? ¿De verdad todo aquello había existido? ¿ En caso de ser así, porque no había ninguna constancia histórica?

- Sin embargo, no existe bien sin mal, luz sin oscuridad, día sin noche. Así como existía Ak’theylos, personificación del bien, existía la personificación del mal. Se le llamaba Gouthar, y era un dios demonio. Existía solo para destruir todo aquello que había sido creado. Para poder igualar las fuerzas de Ak’theylos, creo a los “Nertos”, personas con poderes malignos y destructivos, creados unicamente para destruir y para acabar con los Eraeos. Durante muchisimo tiempo, los enfrentamientos entre ambos bandos no fueron más que escaramuzas, pero finalmente llegó el momento en que se desató la batalla definitiva entre ambos bandos. En los registros secretos se le concede a esa batalla el título del “Silencio”. Incluso los propios dioses pelearon junto con sus respectivos linajes, en una batalla que arrasó todo el planeta y casi extinguió toda forma de vida. Tanto Ak’theylos como Gouthar quedaron al límite, y se sumergieron en un profundo sueño. Se sabe que algunos descendientes de sus linajes todavia vagan hoy en día por el mundo, pero ocultos.

Entonces, a Devnos se le hizó al luz.

- Espera, no estaras insinuando…

- Exactamente Devnos, Waylon quiere convocar a Gouthar – afirmó Brom.

- ¿Pero como podemos saber que todo esto es real? ¿Como podemos creer que todo esto existe sin pruebas? – preguntó Kuren.

- Hay pruebas. Sabemos por lo menos que hoy en día, aún existen Eraeos y Nertos. Uno de ellos llegó al palacio herido hará cosa de 40 años. Salvó milagrosamente la vida y nos explicó la historía. Los libros que poseemos fueron escritos por él. Desgraciadamente, pereció hace unos 20 años.

- 20 años… un momento! ¿Ese hombre no será? – exclamó Kuren.

- Muy agudo, Kuren. Hablo claramente de Teneas Rellyum, el fundador de la Inquisición. Era un Eraeo. Lo he visto hacer magia con mis propios ojos, así que puedo aseugrarte que las historias son reales.

- Entonces, ¿por que el Duque Waylon planea convocar a Gouthar? – preguntó Devnos.

- No lo sabemos, pero sospechamos que quiere que este le recompense por sus efuerzos convirtiendole en un poderoso Nerto, para así poder extender sus dominios.

- Imposible… - Devnos no podía articular palabra.

Lorint estaba en silencio, en su trono, escuchando toda la conversación. Kuren no se podía acabar de creer todo lo que estaba oyendo.

- Entonces, sabeis cual es el modo de convocar a Gouthar? – preguntó Devnos.

- Sí – respondió Brem -, y esto es lo que más nos preocupa de todo. Se necesitan dos reliquias mancilladas y un sacrificio. Una de las dos reliquias ya obra en poder del Duque, y nosotros guardamos la otra en los cimientos de este castillo. Él tiene la llama Uña, un escudo con poderes oscuros, y nosotros tenemos sellada la Garra, una espada.

- Hablabas de un “sacrificio”. ¿De que se trata? – dijo Kuren.

- Para llevar a cabo con éxito la convocación de Gouthar, se debe ofrecer como sacrifició un continente entero. Como bien sabeis, este continente esta dividido en Minra y Asthorn. Si el Duque conquista Minra, sera el legitimo poseedor de todo el continente, y podrá llevar a cabo el sacrificio. Es por eso por lo que le declaramos la guerra. Si se sale con la suya, Gouthar volverá a este mundo y todo este continente quedará sin vida.

Todo en lo que Devnos creía y se había mantenido fiel se derrumbaba. Había estado ayudando y sirviendo a las ordenes de un loco cuyo objetivo era acabar con la vida de un continente? No podía ser. Toda Asthorn estaba siendo engañada por un lobo con piel de cordero!

De repente, alguien golpeó la puerta.

- Adelante – dijo el Rey.

Un joven mensajero entró, y se dirigió hacía el Rey.

- Su Majestad, vengo para informarle de que la esposa y el hijo del señor Devnos acaban de llegar a la capital y ya estan en casa del General Kuren.

Devnos se sintió aliviado y alegre. Por fin estaban aquí! Sanos y salvos!
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Jeron no sabía como se había metido en este embrollo. Primero es detenido, despues encarcelado, y ahora se estaba fugando con una perfecta desconocida.

Habían conseguido eludir la vigilancia de la ciudad, y ahora se hallaban cerca de las puertas, esperando para aprovechar cualquier desliz de la guardia. No se podía creer como habían conseguido escapar de la carcel con tan poco ruido. No… eso debía ser imposible. Debía estar delirando.

- Jeron… - dijo Krysta.

- Eh, si? – susurró Jeron tras salir de su mente.

- Ha llegado la hora de que sepas la verdad. Tu destino. Jeron, por tu sangre corre la herencia del dios Dragón.




- Una última cosa, Devnos.

Devnos se giro, para encontrarse otra vez el severo rostro de Brem.

- Como bien habrás supuesto, toda esta información que te hemos revelado no te va a salir precisamente a cambio de nada.

- Me lo imaginaba – respondió pausadamente Devnos – Bien, ¿Qué quereis de mí?

- ¿Estas dispuesto a colaborar para pararle los pies a tu antiguo duque? – le preguntó Brem.

- Más que dispuesto, estoy listo. No quiero ver como un continente entero desaparece por la ambición de un solo hombre, y más si tenemos en cuenta que en ese continente está la tierra que un día juré proteger de todo mal. Irónico, resulta que el mal reside dentro de ella.

Brem se giró en dirección a Kuren, que seguia bastante transtornado por lo que acababa de oír.

- ¿Y bien, general?

- Juré proteger Minra. Está claro cual es mí respuesta – respondió el imponente general.

- Muy bien. – asintió Brem. Se giró hacia el rey Lorint – Su Majestad…

- Sí, se que es lo que debo hacer – respondió de inmediato Lorint. – Devnos, se que esto es algo poco ortodoxo, pero acércate, por favor.

Devnos se acercó, y vió como Lorint se alzaba de su imponente trono y posaba su mano en la empuñadura de su espada, atada en su cinturón. Devnos lo comprendió al instante, y se arrodilló ante el monarca.

Lorint desenvainó su espada, forjada en los más nobles y puros metales bendecidos. La empuñadura era de oro, ribeteada con cuero de primera calidad y un rubí en el pomo de esta. El filo era alargado y liso, hecho de plata pura bendecida. Podría considerarse como una “espada sagrada”.

La espada se situó a escasos centimetros de la cabeza de Devnos, sobre su hombro derecho. A continuación, el monarca entonó un heróico salmo:

Cuando la oscuridad cubra la tierra,
la luz de su blasón iluminará nuestras vidas.
Cuando el mal ansié la destrucción,
los sagrados filos de sus espadas lo impedirán.
Cuando la corrupción quiera apoderarse de las personas,
la luz de sus corazones la purificará.


La espada pasó al hombro izquierdo:

Cuando el Señor del Mal resurja del olvido,
ellos estarán allí para evitarlo.
Cuando la luz necesite campeones,
los Caballeros Sagrados acudirán.
Y por la marca que te será conferida,
Caballero serás.

Acabado el salmo, Lorint levantó la espada, y hizo algo que Devnos no se esperaba. Dibujó un arco horizontal, hiriéndole en la frente. Pero en vez de dolor, Devnos sintió calor. Se tocó la frente… ¡la herída se había cerrado!

- Ahora eres un miembro de los Caballeros Sagrados, un grupo de guerreros de élite que persiguen el mal y su misión es la de evitar el regreso de Gouthar. Así lo representa la marca que posees en tu frente. – finalizó Lorint.

- Pero… la herida… - dijo Devnos -

- Oh, es una espada mágica. No daña a los que siguen la senda del bien, pero causa terribles heridas a los seguidores del mal. Podríamos decir que es una espada sagrada. – aclaró Lorint.

Así que, ¡la magia existía de verdad!. Aún tenía reparos después de lo que Brem les había contado, pero esto despejaba toda duda de la mente de Devnos. Ahora era un Caballero Sagrado, se había encomendado a acabar con el mal… pero… ¿había hecho lo correcto?

Su mente albergaba dudas, pero su corazón no. Este le decía que podía fiarse de ellos, que eran gente de bien, que decían la verdad. Lo que no acabava de entender era porque se habían fiado de él tan rápido. Alguna razón debían de tener, pero le era todavía desconocida.

Mientras todos estos pensamientos recorrían la agitada mente de Devnos, Kuren era marcado como Caballero Sagrado. Había aceptado dimitir de su puesto como general del ejército a favor de Drein, su segundo al mando, para formar parte de la élite sagrada de los guerreros, junto con Devnos.




Momentos después, Brem y el Rey Lorint se hallaban solos en la sala otra vez.

- Disculpa mi intromisión, Brem, pero… ¿es cierto que Devnos…?

- Si, Lorint. Es él, estoy seguro. He podido sentirlo en él nada más entrar en la sala. Ha sido muy débil, pero lo he sentido. Él es, probablemente, el único ser humano sin un destino escrito.

- Entonces, me alegro que “él” este de nuestro lado…

- Dejaré que tengan unos días de descanso para conocer a sus nuevos compañeros. Después tienen ya una misión que cumplir, y es de vital importancia que sea un éxito rotundo.




Waylan se sentía furioso en su trono. No solo le había perdido la pista a Devnos, sino que Jeron se había fugado de su celda. No podía permitir que un eraeo consiguiera fugarse de la ciudad. Sería un estorbo para sus planes.

Llevaba días sin dormir, y había adelgazado mucho. No podía dormirse, no podía permitirse ese lujo. El renacimiento de Gouthar se acrecaba cada día que pasaba y todo era gracias a él. Ansiaba poder por encima de todo. Quería poder, un poder muy grande para ser invencible.

- Parece que nuestro joven eraeo ha escapado de su celda…

La sangre de Waylan se heló. Una voz gélida y de una maldad clara y cruel había surgido de detrás de su trono. Se giró y vió a una figura encapuchada.

- Yo… no se que ha podido pasar… Pero Jeron no abandonará la ciudad. He ordenado a la guardia de la ciudad que cubra cualquier salida…

- Cuando se lucha contra la magia, hay que contraatacar con magia. Algunos de los míos estan también por la ciudad, dando caza al fugitivo, así como a su salvadora.

- ¿Salvadora? ¿Qué salvadora?

- Tan ingenuo como siempre, mi querido Duque. Es evidente que los eraeos han venido a buscar a uno de los suyos…

En ese momento, la figura se bajó la capucha… para dar pasó al rostro de una mujer joven, de unos 20 años, con la piel pálida, y el pelo ralo, casi cristalino.

- Los Nertos confiamos en ti porque has accedido a colaborar con nosotros, Waylan. Pero vete con mucho cuidado con lo que haces, o tendríamos que acabar matándote.

El rostro de Waylan despedía una sensación de desafío y de terror mezcladas.

Justo en el momento en que la mujer dijo la última frase, un joven mensajero entró en la sala del Trono.

- ¿Señor? – dijo el joven con voz temblorosa al ver la figura de la mujer, el rostro del Duque y lo que acababa de oír.

La mujer se giró hacía el muchaho, y sus pupilas rojas se dilataron hasta el extremo, formando una mirada asesina.

- Pequeño… ¿lo has oído?

- Yo… - dijo el joven -

La mujer no dijo nada más. Empezó a mover sus manos, formando signos en el aire, y pronunció las siguientes palabras:

- Almis necros portas!

El joven sintió como le arrancaban alma y cuerpo, literalmente. La mujer había separado el alma del joven de su cuerpo, matándolo en el acto. El cuerpo sin vida cayó inerte al suelo.

- Deshazte del cadaver como convenga – dijo la mujer -

Y esta desapareció en la oscuridad.


Crónica undécima
La huida de Jeron

- ¿Que yo tengo los genes de qué? – dijo Jeron totalmente sorprendido

- Ahora no tengo tiempo para contartelo, pero básicamente viene a ser que puedes usar la magia, como yo he hecho antes para huir de los calabozos. – le comentó Krista.

Entonces, había sido magia. Jeron no sabía que creer ya. O sea que la magia existía, y encima el podía utilizarla. ¿Qué era todo aquello, una broma de mal gusto o una pesadilla?

Se disponian a cruzar la puerta de salida de la ciudad, pero estaba fuertemente vigilada. Parecía que al Duque no le hacía mucha gracia el dejar escapar a Jeron. Viendo la situación, Jeron le preguntó a Krista:

- Salir por la puerta principal será complicado, esta fuertemente vigilada. ¿No podrías usar tu... magia… otra vez?

Krista lo miró a los ojos. En ese momento Jeron se dio cuenta de que Krista tenía una mirada sin igual. Unos ojos tan profundos… parecían tragarse todos los pensamientos de Jeron.

- Me he arriesgado mucho usando la magia. Ellos estan aquí, y hemos tenido suerte de que no nos detecten. Una vez estemos fuera ya no será tan peligroso… pero… como más tiempo estemos aquí, peor será. Tendremos que arriesgarnos.

“¿Ellos?” ¿Quienes serán? – pensó Jeron.

Dicho esto, Krista se dirigió a la pared de la muralla y empezo a formular unos signos en el aire. Dijo las siguientes palabras:

- Apertio spatios umbra!

Un haz azul de la altura y la anchura de una puerta corriente apareció en la muralla. Krista le hizo un ademán a Jeron para que fuera el primero en pasar, y así hizo este. Puso un pie en el haz, y luego entro. En el siguiente instante, estaba fuera de la ciudad.

“Que interesante, esto de la magia” – pensó Jeron.

A los pocos segundos apareció Krista. Hizo un ademán con la mano y el haz desapareció.

- ¡Vamonos ya! ¡Esto es muy peligroso! – le dijo apresuradamente Krista.

Ambos echaron a correr por las praderas, visualizando los campos de cultivo y granjas a los pocos metros. Corrieron durante 5 minutos, pero de repente, Krista se detuvo.

- ¡Mierda! ¡Jeron, detente!

Jeron se detuvo, y entendió a la perfección lo que acababa de pasar. Dos figuras encapuchadas estaban flanqueandolos, una a cada lado. El simple hecho de mirarlas despertó dos sentimientos muy distintos en él. Por una parte, terror; pero por otra, la sangre le hervía. Identificaba a esos seres encapuchados como un enemigo natural.

Una de las figuras habló:

- Usar la magía ha sido vuestra perdición, Krista. Ya hemos avisado a nuestros compañeros, y en nada estarán aquí.

Jeron se estremeció. Jamás había oido una voz tan fría y cruel en su vida.

Krista estaba tensa, y parecía un poco asustada, pero con un brazo estaba cubriendo a Jeron, y parecía dispuesta a combatir.

De repente, Jeron oyó una voz en su cabeza.

“Me estoy comunicando contigo mediante un hechizo de telepatía. En cuanto empiece el combate, corre hacía el bosque que hay en el horizonte. Solo tendras la luz de la luna para guiarte, pero si llevaras algún tipo de luz esos tipos te encontrarían rápidamente. En el bosque estan nuestros compañeros, allí estarán a salvo”

“Pero…” – dijo Jeron.

“¡Basta! Ahora, ¡corre!”

Jeron corrió. Corrió como no había corrido en su vida. Tras de sí empezó a oír palabras mágicas y sonidos místicos. Llevaba 10 minutos corriendo, y por fin llegó a la entrada del bosque, pero en ese momento:

- Hasta aquí has llegado.

Seis figuras encapuchadas de negro aparecieron del interior del bosque. La misma sensación volvió a recorrer todo el ser de Jeron. Eran enemigos.

¿Acaso Krista lo había dirigido hasta una trampa? ¿Era todo esto algún tipo de encerrona para acabar con su vida?

- Me compadezco de ti, joven eraeo. Tan joven, y con tan poca suerte – dijo una segunda figura, con la misma voz fría y cruel, pero claramente se trataba de un hombre.

En ese momento, las seis figuras empezaron a hacer signos en el aire. Jeron lo sabía, lo podía sentir. No iba a sobrevivir a tal ataque…




Krista se hallaba en una situación bastante dificil. Estaba luchando contra dos nertos a la vez, y llevaba las de perder, ya que estos son más poderosos durante la noche, cuando la oscuridad es la dueña del mundo

- ¿Por qué vais tras Jeron? – dijo Krista

- ¿No es evidente? ¿Tú también lo has podido sentir, verdad? La energía de Ak’theylos fluye de una forma intensa en él, aunque esta en estado de letargo. Si algun día esta despertara, se podría convertir en uno de vuestros campeones más formidables. Y nosotros vamos a cortar de raíz este problema, aquí y ahora.

- ¡No mientras nosotros estemos aquí! – gritó Krista, y empezó a hacer una serie de signos en el aire.

En ese momento, ambos Nertos empezaron a hacer sus respectivos signos.

- Implosio vecto aira! – gritó Krista.

- Protecto barreri! – gritaron los dos nertos

Una esfera de vacio se proyectó en ambos nertos, provocando un repentino aumento de la presión, que facilmente hubiera aplastado los organos internos de cualquier ser viviente. Pero una barrera protectora les cubrió.

- Es inútil, eraea…

La situación no podía ser peor.




Jeron lo sabía, le había llegado la hora.

Los seis nertos acabaron de hacer signos, y los seis gritaron al mismo tiempo:

- Optos stedo foc… agh!

Jeron no se lo podía creer. A traves de la poca luz que reflejaba el astro lunar, pudo ver como las raíces de los arboles se habían levantado del subsuelo, atravesando a sus enemigos.

De repente, la madera del tronco de doce arboles pareció deformarse, como si una parte de estos se separara de ellos, y se transformaron en doce personas, ataviadas con túnicas doradas.

- Tan impulsivos como siempre, estos nertos – dijo una voz femenina.

Uno de los nertos estaba tumbado en el suelo, sin cabeza. Otro agonizó con dos heridas en cada pulmón y murió a los pocos segundos. Dos más habían quedado empalados a las raíces. Un quinto había perdido un brazo y una pierna y parecia que también había muerto. El sexto estaba de rodillas, con dos heridas graves en ambos costados, pero todavía vivo.

- Malditos seais… ¿como habeis ocultado vuestra aura mágica?

Uno de los eraeos se bajó la capucha y se acercó al moribundo nerto. Era un hombre joven, de la edad de Jeron.

- ¿Crees que se lo contariamos al enemigo, estupido? Igualmente, estas a punto de morir.

El nerto empezó a hacer signos con una rapidez asombrosa, pero en un solo instante, el eraeo se puso justo al lado del nerto, pusa la palma de su mano derecha en el pecho de este y dijo:

- Ser!

El nerto se colapsó, con la mirada vacía. Había muerto.

Crónica duodécima
Raíces ancestrales

Jeron se hallaba ante los cadaveres de los que hasta hacía unos segundos iban a ser sus ejecutores. El eraeo que acababa de ejecutar al nerto se acercó a Jeron:

- ¿Estás bien, Jeron? – le preguntó.

Jeron no pudo responder. Estaba en estado de shock. Demasiadas verdades en tan poco tiempo habían hecho mella en su consciencia. Acababa de ver el poder destructivo de la magia. La magia podía ser algo útil, pero también algo temible.

Mientras pensaba eso, la figura de una persona le vino a la cabeza. Krista le miraba desde el interior de su mente, guiñandole un ojo.

- ¡Krista! – gritó por fin el joven soldado - ¡Esta luchando ella sola con dos de ellos!

- Tranquilo, Jeron. – le dijo el hombre – Fijate bien.

Jeron miró a su alrededor. Junto a él solo habían cuatro eraeos. Los otros ocho habían desaparecido.

- Han ido a ayudarla. Volverán en breves… - completó el eraeo. – Por cierto, me llamo Rivel. Encantado de conocerte, Jeron.

- Yo también… - completo Jeron con voz queda – Muchas gracias por salvarme. Por un momento llegué a pensar que Krista me había llevado directo a una trampa.

- Usamos magia para ocultarnos en los arboles. Este hechizo te fusiona con la madera, volviéndote uno con el arbol, y neutralizando nuestra aura mágica. Por eso esos nertos no pudieron detectarnos – dijo Rivel – A propósito, ¿donde están mis modales? Jeron, te presento a Ymir, Selena, Hrelt y Alma.

Las cuatro figuras que estaban junto a él se bajaron la capucha, y Jeron vió a dos hombres y dos mujeres saludándolo. El hombre que se hacía llamar Ymir era bastante mayor… probablemente andaba sobre los cuarenta y cinco años. Su sola presencia irradiaba un poder descomunal. Selena era una mujer algo mayor que Jeron, de pelo corto y… ¿verde? Era la primera vez que veia un color de pelo tan peculiar. Hrelt era un hombre de su edad, totalmente calvo, y con la cabeza llena de marcas tribales. Finalmente, Alma era una mujer muy joven, probablemente había cumplido la mayoría de edad hacía no mucho, y poseía una fulgurante melena pelirroja.

- Por cierto Rivel – dijo Jeron.

- ¿Mmh? Dime.

- ¿Por qué todo esto? ¿Por qué estos seres quieren matarme? – preguntó Jeron.

- Quieren matarte porque tu eres uno de los nuestros, Jeron. Eres un eraeo, un descendiente directo del dios dragón Ak’theylos. Tu antigua sangre está dormida, latente, y por despertar. – aclaró Rivel.

- ¿Ak’theylos? Nunca había oido hablar de él.

- No me extraña. Hace mucho tiempo, dos dioses poblaban este mundo. Ellos eran el dragón Ak’theylos y el demonio Gouthar. Uno representaba la luz, el otro la oscuridad. Hace mucho tiempo se enfrentaron en la batalla del Silencio, en la que este mundo estuvo a punto de ser aniquilado. Nuestros antepasados lucharon allí, y la mayoría perecieron, contra nuestra némesis, los Nertos, descendientes directos de Gouthar. Estas personas que querían matarte eran nertos. Descubrieron tu fuerza latente, y vieron en ti a un eraeo por despertar. Uno muy poderoso, por cierto.

- ¿Así que yo soy… un mago?

- Por decirlo así, sí – dijo una voz cálida y dulce a la derecha de Jeron.

Jeron se giró y vio a Alma, que se había adelantado y se encontraba a la misma altura que él y Rivel.

- Vendrás con nosotros, con tus hermanos, Jeron. – continuó Alma – Nosotros te ayudaremos y te enseñaremos a usar la magia.

- Un momentó – dijo Jeron de pronto. Un pensamiento le vino a la cabeza. – Si yo soy un eraeo, significa que mis padres…

- Tu padre era un eraeo. – dijo una grave y poderosa voz. Ymir se alzaba tras Rivel, imponente. – Se enamoró perdidamente de tu madre, que no lo era, y para que vivieran felices, nos pidió que sellaramos el poder de su sangre. Parece que de toda su descendencia, solo tu has nacido como eraeo. Y con un poder superior al de tu padre, que ya era muy alto.

- ¿Mi padre fué… un eraeo? – dijo Jeron – ¿Por qué nunca nos lo contó?

- Sernh desde hace algunos años es territorio de los nertos. El duque se ha aliado con ellos, aunque desconocemos sus motivos. Una sola palabra por parte de tu padre que había sido un eraeo, y era hombre muerto. Y, efectivamente, así fue. Tu padre no murió en una batalla. – aclaró Ymir - Los nertos lo asesinaron en saber lo que antaño fue. Por lo que sabemos, pudo matar a tres de ellos sin la magia antes de perecer. Fue entonces cuando empezaron a vigilaros a toda su descendencia, y más adelante, a perseguirte a ti. Iban a matarte esta noche en tu celda, Jeron. Suerte que Krista llegó a tiempo…

A Jeron le dolía la cabeza. Le dolía muchisimo la cabeza. Tal revelación le había supuesto un entero revés a su vida. Estaba claro que no podía volver a Sernh, y que los nertos lo buscarían para matarlo, como hacían con todo eráeo. Su única salida estaba en unirse a sus nuevos compañeros.

- Hablando de Krista… ahí llegan – dijo una voz jovial, pero a la vez preocupada. Era Selena.

Nueve figuras se acercaban en la oscuridad, una de ella apoyada en dos. Era Krista. Estaba malherida, pero seguia consciente.

- ¡Hrelt, rápido! – exclamó Selena.

Hrelt asintió levemente, preocupado, y fueron hacia Krista. Los dos compañeros que la sujetaban la dejaron suavemente en el suelo. Hrelt y Selena se arrodillaron ante ella y empezaron a hacer signos en el aire.

- Magia curativa – dijo Alma, repondiendo a la pregunta mental de Jeron.




Una figura encapuchada estaba sentada en un comodó sofá de telas, leyendo una serie de informes de la guardia que había pedido al mismismo duque Waylan. De repente, otra figura encapuchada irrumpió ejn la sala, e inmediatamente se arrodilló en dirección a la primera figura.

- Señora… yo… lo siento… los eraeos se han hecho con él. – dijo, claramente temblando por el terror.

La figura se bajó la capucha, descubriendo a una mujer de pelo blanco, ojos rojos, y clara expresión de furia.

- ¡Incompetentes! – gritó. - ¿No sois capaces ni de hacer esto?

- Pero... mi señora Mertanis…

- ¡Basta!

Los sonidos de los aullidos y los gritos del nerto se pudieron oír por todo el subterráneo del castillo.

Crónica decimotercera
Caballeros Sagrados

Devnos y Kuren, bautizados como Caballeros Sagrados, se encontraban de camino a casa de Kuren, donde la esposa y el hijo de Devnos habían llegado hacía poco. Devnos pensó que por fin, se volvía a reunir con su família.

En ese momento, una figura inundó los pensamientos de Devnos, alguien a quien el costaría olvidar durante el resto de sus días. Nitidamente a traves de sus pensamientos, el rostro de Geralt le miraba directamente. Geralt… no pudo cumplir su promesa… los hados del destino se lo impidieron. Pensó que ojalá Jeron se ocupara de todo. Era su segundo al mando, además de uno de sus mejores amigos. Esperó que la noticia de su deserción no se hubiera tomado mal en Asthorn.

Llegarón a la puerta de la siempre imponente casa de Kuren. Llamaron a la puerte, e inmediatamente esta se abrió. Pero Kuren y Devnos no vieron a nadie al otro lado. ¿Que estaba sucediendo?

De repente, Devnos lo comprendió todo, al notar como algo le abrazaba mientras lloraba. Miró abajo y vio a su hijo Tessar abrazándolo, al grito de “Bienvenido, papá”. No lo dudó ni un segundo. En ese momento, sus sentimientos imperaban sobre su razón. Se arrodilló, y abrazó a su hijo, diciéndole “Ya estoy aquí”.

Levantó la vista, y vió a su mujer, Galerna, esperándole en la puerta, con lágrimas en los ojos. Devnos cogió a su hijo, se lo puso en los hombros, y fue a por su mujer. No hicieron falta palabras. Un solo beso fue todo lo que necesitaron para expresar sus sentimientos en aquel momento.

Una vez terminó ese besó, Galerna preguntó:

- ¿No te dejaron ciego de un ojo? ¿Como puede ser que lo tengas bien?

Devnos se extrañó muchísimo, y pasó su mano por la cicatriz que le dejó el brutal corte de Kuren. Descubrió que esta… ¡no estaba! ¡Había desaparecido!

”La magia realmente… ¡es algo prodigioso!”

- Sigo ciego del ojo en el que fui herido, pero ya no tengo cicatriz de la herida – respondió.

Galerna miró a Kuren.

- Su mujer me lo ha contado todo. Quiero que sepa que no le guardo ningún tipo de rencor por las heridas que le provocó a mi marido.

- Aún así, debo disculparme por habrele robado la mitad de la luz a su marido. En ningun momento rpetendía herirle de tal forma. Creo que se me fue de las manos. – respondió Kuren.

Galerna negó con la cabeza.

- Ya he dicho que no debe disculparse. Además, nos han ayudado a que nos podamos volver a reunir.

En esos momentos, otra persona aparecía en la puerta. Era Helena.

- ¿Pensais pasaros toda la noche allí, o qué? ¡La cena está lista!

Todos entraron en casa.




Un nuevo día hizo acto de presencia. Cuando Devnos y Kuren salieron de casa, dirección a la Sede de su nueva Orden, los Caballeros Sagrados, que se alojaban con los miembros de la Órden del Castigo Divino.

La ciudad rebosaba vida y movimiento. Las mujeres iban al mercado, a comprar alimentos, mientras los hombres estaban ya trabajando. Los pescadores estaban ejerciendo su labor, y volverían pronto a buen puerto, para descargar su mercancía. Viéndolo así, Devnos pensó que era una ciudad muy parecida a Freth, aunque matizando algunas diferencias.

En ese momento, tanto él como Kuren oyeron un grito, proveniente del otro lado de la calle. Parecía el grito de un hombre. Fueron corriendo hacia allí.

Al llegar, vieron a un hombre en el suelo, que parecia ser un mercader de la ciudad. Estaba tumbado de cara al suelo, y un charco de color escarlata se iba haciendo cada vez más grande a la altura de su ombligo. Cerca de él, un hombre estaba de pie, espada en mano, ensangrentada, y con mirada enloquecida. La gente se había apartado de tan macabra escena, asustada, al pensar que tal vez aquel hombre podía contínuar matando.

- ¡Él… él fue el que me provocó! ¡Por eso le maté! ¡Y ahora, os mataré a todos! – gritó el homicida enloquecido.

Devnos y Kuren se miraron, y asintieron. Aunque iban desarmados, había que hacer algo.

Dieron un paso al frente, pero se quedaron parados al ver como figura encapuchada abandonaba la multitud asustada, y se plantaba enfrente del enloquecido hombre. No dijo nada, solo hizo un ademán con su mano enguantada. Lo señaló con descaro, retándolo. Fue cantado. El hombre saltó hacía su enemigo, con espumarajos brotando de su boca, y asestó un golpe semicircular a la altura del cuello de la figura… y acertó. La cabeza cayó como si fuera un vulgar melón, hacía el suelo… ¡y desapareció!

¡La figura se había agachado en el último momento, haciendo creer a todos los presentes que había muerto! Ni el propio agresor se percató de esto. La figura encapuchada asestó un fugaz golpe a la muñeca derecha, desarmando a su oponente y partiéndosela. El hombre aulló de dolor, pero el encapuchado no se detuvo. En un solo instante, efectuó otro puñetazo, seguido de dos patadas, rompiéndole la muñeca restante y ambos tobillos.

El hombre cayó al suelo, gritando de dolor. El encapuchado giró su vista al tendero, ahora probablemente muerto, y sentenció: le propinó una patada circular en pleno rostro al hombre que lo había matado, rompiendole la nariz, la mandibula, y varios dientes, haciendo que este cayera desplomado, sangrando, e inconsciente.

El gentío no se lo podía creer. Estaban todos mudos, sorprendidos. Un instante despues, todo fueron gritos y alabanzas a esa figura encapuchada, que les había salvado. Devnos y Kuren fueron dirección a ella, en el mismo momento que llegaba la guardia de la ciudad.

Los guardias llegaron primero. Le preguntaron al encapuchado quien era, y este se limitó a enseñar un emblema que tenía en su mano. Ni Devnos ni Kuren pudieron ver este emblema bien, pero les sonaba de algo. Pero, en ese momento, y, sorprendentemente, la figura los miró, y les hizo señas de que la siguieran. Ellos se miraron, se encogieron de hombros, y la siguieron.

El gentio dejo pasar a los dos Caballeros junto con su alabado salvador, felicitandole y dándole las gracias. Una vez dejaron el gentio atrás, Kuren habló:

- ¿Quien eres?

El encapuchado se limitó a hacer un ademán con la mano, indicando que le siguieran.

Diez minutos despues, se encontraban frente a la sede de la Orden del Castigo Divino. El encapuchado mostró el emblema a los guardias, y estos les dejaron pasar. Una vez dentro. el encapuchado se paró, y los miró, enseñandoles claramente el emblema.

No se lo podian creer: ¡era el emblema de los Caballeros Sagrados!

El encapuchado se bajó la capucha, para revelar una persona de rostros muy finos, ojos azules y larga melena rubia. Nunca se habrían esperado algo como esto. ¡La figura encapuchada era una mujer!

- Siento no haber podido hablar antes. Las mujeres soldado no somos… muy bien vistas. – dijo – Me llamo Rhiela, soy uno de vuestros nuevos compañeros, una Caballera Sagrada. Vosotros sois los ultimos elegidos, el general Kuren y… Devnos, no?

- S… Sí – respondieron ambos, aún asombrados al ver que era una mujer.

- Bueno, ¿pero que pasa? – dijo Rhiela - ¿Es que jamás habéis visto a una mujer guerrera?

- Yo… lo siento, Rhiela. No nos lo esperabamos – se disculpó Kuren.

- No importa – sonrió – Bueno, vamos a ver a vuestros compañeros, que estarán ansiosos por conoceros. Hay uno especialmente interesado en verte, Kuren.

- Vamos allá, entonces – respondió este.

Los tres Caballeros Sagrados subieron pisos, hasta llegar a una puerta con el emblema de los Caballeros Sagrados, flanqueada por dos guardias. En ver a Rhiela, ambos hicieron una reverencia, y se apartaron. Rhiela abrió la puerta, y se dirigió a la gran puerta al fondo del pasillo elegantemente decorado y hecho en marmol que se presentaba ante ellos. Devnos pensó en que era más impresionante, si el poder que habitaba ese edificio, o el propio edificio. Rhiela abrió la ultima puerta, dando lugar a una gran sala en donde unas personas estaban esperando.

- Kuren, Devnos, os presento a vuestros nuevos compañeros y camaradas: ¡los Caballeros Sagrados! – dijo Rhiela, enérgicamente.

Todos les estaban mirando. Devnos pudo contar a 7 personas en esa habitación, sin contarse a ellos tres. Miró a Kuren, y su sentimiento pasó a la duda absoluta.

Kuren se había quedado tan pálido como un muerto. Estaba mirando hacía una dirección, con los ojos muy fijos y la boca abierta.

Devnos siguió esa dirección hasta llegar a uno de sus nuevos camaradas, un hombre de pelo canoso y barba, probablemente a las puertas de los cincuenta años, vestido con una pesada armadura con el emblema de los Caballeros, y con un enorme espadón a su espalda.

- Cuanto tiempo, Kuren… - dijo el hombre, con una voz grave.

De la boca de Kuren salió un hilo de voz.

- Maestro…

Crónica decimocuarta
Maestro y discípulo

- Ha pasado mucho tiempo… - dijo el caballero del espadón.

Kuren seguía boquiabierto, pero poco a poco, fue recuperando la compostura.

- De veras es usted, maestro Zefax?

- El mismo que viste y calza, hijo. Es un honor volver a luchar junto a mi antiguo aprendiz –aclaró Zefax.

El imponente caballero volvió su mirada hacia Devnos, el cual se sentía más perdido en aquel lugar que un trabajador del campo en medio de los Salones Reales:

- Así que tú debes ser Devnos. Encantado de conocerte, hijo. Soy Zefax, líder de los Caballeros Sagrados, y maestro de Kuren. – Zefax se acercó a ambos – Supongo que mi antiguo aprendiz te habrá hablado bien de su viejo maestro.

- Pues no, señor. La verdad es que no sabía nada – dijo Devnos. Se sentía completamente superado por Zefax. Su sola presencia ya inspiraba una presión asfixiante. El maestro de Kuren con toda seguridad era un soldado legendario.

Zefax le pegó una colleja a Kuren. Devnos se quedó completamente sorprendido ante tal hecho.

- ¡Lo siento mucho, señor! ¡Hablaré de usted la próxima vez, señor! – suplicó Kuren, con las manos en la parte posterior de su cuello, semiinclinado.

- ¡¿Es qué no estas orgulloso de haber sido entrenado por uno de los mejores maestros de la espada que hay hoy en día, cazurro?!

Los demás caballeros se rieron. Por lo visto, este era el comportamiento habitual de Zefax. “Por lo menos no son tan serios como yo creía”, pensó Devnos.

- Tu eras Devnos, ¿verdad? – dijo una voz femenina que provenía de la derecha de Devnos.

Devnos miró hacía esa dirección, y se encontro con una mujer mirándole. Al entrar en la sala, ya se había percatado de su presencia, pensando claramente que Rhiela no era el único caballero femenino de la orden.

Ante él se hallaba una mujer extremadamente atlética, sobre la veintena, de pelo negro recogido en una larga trenza, y una mirada profunda y penetrante. Mediría alrededor de un metro sesenta, y portaba un gran arco en su espalda.

- Soy Veran, de los Caballeros Sagrados. Encantada de conocerte por fin, Devnos. Acto seguido, lo beso en la mejilla.

Devnos sintió como se ponía colorado como un tomate, y tuvo que desviar momentaneamente la mirada de ese rostro sonriente.

- Oh, ¡lo siento! No pretendia que te pusieras así. Veras, sabemos que estas ciego de uno de tus ojos…

Claro, su ojo… Devnos lo recordó. Ese tajo tan doloroso aún retumbaba en sus imperturbables recuerdos. El día en que perdió la mitad de la luz… ¿Como lucharía sin poder percibir la distancia?

- Yo puedo ayudarte a percibir las distancias sin usar ambos ojos. Estoy entrenada para usar mi arco incluso sin ningun tipo de visibilidad. – dijo Veran.

- ¿De… de verdad puedes ayudarme? ¿Podré volver a combatir? – dijo Devnos, con un hálito de esperanza en su voz.

- Sí, aunque no será facil. Aún así, creo que tienes madera y podrás conseguirlo.




Jeron se despertó completamente empapado en sudor. Las sábanas de su cama estaban en el suelo. Por tercera noche consecutiva, soñó en sus antiguos compañeros. Soño en como eran asesinados a manos de los nertos, furiosos por no haber podido atraparle. Esa pesadilla recurrente lo estaba matando lentamente, no podía soportarlo.

Repentinamente, oyó un leve suspiro. Provenía del otro lado de la habitación, donde una convaleciente Krista dormía tranquilamente, recuperándose de sus heridas. A traves de la luz de la Luna que entraba por una de las ventanas, pudo verla, con una expresión de paz en el rostro. Se dio cuenta de lo que estaba pensando y se puso como un tomate, cogiendo sus sábanas y tapandose hasta arriba, intentando dormir de nuevo.

Hacia cuatro días desde aquella reveladora noche, cuando supo que era un eraeo, un mago. Vió el tremendo poder que podía llegar a tener la magia, para bien o para mal. Vio como sus nuevos compañeros le salvaban la vida usando los arboles para matar a sus enemigos, sin remordimientos ni compasión alguna; pero también vió como la magia sujetaba firmemente a Krista, evitando que la muerte la tomara en sus brazos. Con unas heridas como esas, la medicina actual no habría podido salvarla.

Ahora se encontraba en un pequeño pueblo, a dos días de la capital, en medio de un frondoso bosque protegido por la magia. Ningun ser humano normal podía llegar allí. Solo podían entrar aquellos a los que los eraeos les permitian la entrada.

Poco a poco, sus ojos volvieron a cerrarse lentamente, y Jeron cayó en un profundo sueño.




Mertanis se hallaba agitada. Habían dejado que Jeron se escapase. Como le explicaría esto a “ellos”. No, no haría falta, probablemente ya lo sabrían. Lo que le preocupaba es que ya habían pasado unos pocos días desde su fracaso, y no había sido convocada.

Justo cuando pensó eso, como si fuera un capricho de los hados del destino, el escenario a su alrededor empezó a distorsionarse. Mertanis se encogió de puro Terror. Lentamente, dejo de ver el escenario de su habitación de palacio para encontrarse en una sala oscura, tan solo iluminada por una llama oscura en el centro. Podía ver pilares alrededor suyo, y no se veia a nadie más en la sala. Pero ella sabía que no estaba sola.

Una especie de siseo, frío como la misma muerte, atravesó la sala, como si fuera llevado por el viento. Mertanis se arrodilló, y dijo:

- ¡Lo capturaremos! ¡Por favor, clemencia!

Otro siseo, algo diferente del anterior, vino de la izquierda de Mertanis, tan helado y oscuro como el primero.

- ¡Entendido! ¡Muchas gracias por concederme otra oportunidad!

Esta vez, no fue un siseo, sino una voz, fría y clara, la que le dijo a Mertanis:

- Te concedemos otra oportunidad porque eres una maga muy válida, Mertanis. No nos serías útil en estos momentos si murieras. Aún así, que te quede claro. Esta es tu última oportunidad.

- ¡S-Sí, señor, lo he comprendido claramente! ¡No les volveré a fallar, lo juro!

- No lo harás, pequeña. Por tu bien, no lo harás – respondió la gélida voz – Pero ahora ha llegado el momento de que los nertos dejemos las sombras y el anonimato. Es hora de corromper completamente al Duque y de hacernos con el poder en Asthorn. El mundo volverá a contemplar a los nertos. Los hombres nos temerán, las mujeres se arrodillaran y los niños llorarán ante nuestra presencia. Ahora ve, joven Mertanis, y traenos al eráeo Jeron aquí, vivo.

- ¡Así se hará!

Mertanis estaba arrodillada en el suelo, no podía moverse.

De las sombras surgieron no una, ni dos, ni tres… Hasta siete figuras encapuchadas hicieron acto de presencia. El aura de cada uno era tan oscura y malévola que podía matar a una persona normal con solo sentirla. Cada uno de los poros de la piel de Mertanis rezumaban pánico. Si se mantenía quieta, era por obediencia y por puro Terror. Allí estaban, los siete líderes de los nertos, el Consejo Oscuro.

Crónica decimoquinta
Elegía oscura

En el pueblo de Skaza, cerca de la frontera entre los reinos de Asthorn y Minra, la vida era muy dura, pero tenía sus recompensas. Los hombres se levantaban al amanecer para ir a trabajar los campos, las mujeres se quedaban en casa, trabajando en ella, y cocinando para sus familias. Además, eran las responsables de criar a sus hijos.

Los habitantes de este aislado pueblo recibian ocasionales visitas de mercaderes, los cuales les suplian con la mercancia que no podían producir allí. Era una vida de trabajo, pero una vida de paz.

Aún así, sus habitantes eran muy supersticiosos sobre tres cosas: no debían salir de casa después del anochecer, pues creían que los vampiros acechaban para cobrarse víctimas; todos los días debían orar a Dios, y, bajo ninguna circunstancia, se debían relacionar con la “Ksari”. La palabra Ksari era un término usado para designar a todo aquel que estaba “maldito” o “condenado”.

La Ksari era una niña pequeña, de unos siete años, huérfana, y que vagaba por las calles del pueblo. Su madre falleció cuando ella tenía tres años, y no se sabía absolutamente nada del padre. Lo que la hacía tan terrorífica eran sus ojos, rojos como la misma sangre. Abandonada casi desde su nacimiento, se crió entre el odio, el terror, y la autosupervivéncia. Antes de que su madre falleciera, esta había ocultado sus ojos del resto del pueblo, para evitar lo que le estaba sucediendo en esos momentos.

Aprovechaba cualquier descuido para poder robar cualquier alimento que tuviera al abasto, y dormía en los establos, bajo montones de paja, para que nadie se diera cuenta. Una vez la pillaron robando, y los aldeanos estuvieron a punto de matarla de la paliza que recibió.

Había crecido entre el odio, el odio que le profesaba todo un pueblo. No podía confiar en absolutamente nadie. No debía dejarse ver por nadie. Si la pillaban, sabía que sería su final. Solo su instinto la había mantenido con vida todos estos años. Ahora ya estaba resignada a vivir, no quería morir.

Una mañana, se despertó bajo el monton de paja donde dormía habitualmente. Iba cambiando de sitio para evitar que la cogieran. Además, su estúpida creencia en vampiros le hacía más facil el esconderse de noche, ya que nadie salía entonces. Se quitó toda la paja que llevaba encima, especialmente la que se le había quedado enredada en el pelo. Aunque el color de su pelo era un rubio platino, debido a que no podía cuidarse el pelo y a que solo podía lavarse en escapadas al rio en días muy puntuales, ahora estaba oscuro por la suciedad.

Asomó la cabeza fuera de los establos, para ver si alguien estaba mirando. Vió que nadie andaba cerca de allí, así que se escabulló entre las sombras. Esa temporada había conseguido colarse en los establos de una de las familias más ricas del pueblo, y todavia no se habían dado cuenta.

Estuvo acechando entre las casas. Necesitaba comer y beber, llevaba casi un día sin beber nada, y casi dos sin probar bocado. Finalmente encontró lo que buscaba: una ventana abierta. Se asomó. No había nadie en esa habitación, pero vió una jarra llena de agua, y una hogaza de pan. Se infiltró en la casa agilmente, cogió la jarra, bebió cuanto pudo y cogió la hogaza. Cuando se disponía a salir por la ventana, oyó una puerta abrirse. Sabía lo que significaba eso. Tocaba correr, ¡y hacerlo bien deprisa!

- ¡Maldita Ksari, vuelve aquí! – gritaba una voz de mujer desde el interior de la casa.

No era la primera vez que era vista robando en las casas, pero gracias al trabajo del párroco, creian que ella era la hija del demonio, por lo que todo el mundo le tenía miedo. Solo se atrevieron esa vez… esa vez hace dos años. Por suerte, una semana despues, uno de los que la agredieron murió misteriosamente, lo que contribuyó a que la temieran más.

Se comió la hogaza de pan en el cobijo de las sombras entre dos de las casas. Hambrienta, no tardó en acabársela toda. Empezó a oir bullicio. Las mujeres empezaban a salir a la calle. Probablemente a hablar con las demás ciudadanas, y aprovechar para que sus hijos jugaran. Pero oyó algo más. Un carruaje. Un mercader había llegado a Skaza, y para ella esto significaba dos cosas. Comida y bebida. Se acercó a la plaza del pueblo, y confirmó sus sospechas. Un hombre maduro se hallaba junto a un carruaje tirado por dos caballos, aparentemente lleno de mercancias. Las mujeres se acercaron, listas para comprar víveres.

Aprovechando que el mercader estaba ocupado vendiendo, y que todas las mujeres hacían cola para comprar bienes, ella se coló por la parte trasera del carruaje y entró en él. Como imaginaba, ¡estaba lleno de víveres y bebida! Cogió lo que pudo, pero se vió sorprendida por el mercader, que había entrado dentro a coger unas cosas.

El la miró con amabilidad, y a la vez con pena en sus ojos. Le hizo señas para que cogiera lo que quisiera. Ella lo miró con desconfianza, y se marchó corriendo del carruaje.

¿Que había sido eso que había mostrado aquel hombre? ¿Era aquello que llamaban compasión? ¿O tal vez era simple pena? No lo sabía, pero por dentro empezó a notar una sensación, algo cálido que no lograba describir.

Mientras se colaba sigilosamente por los callejones, de repente notó como si alguien la estuviera observando. Miró atrás, en dirección al mercado, y allí lo vió. Una figura encapuchada la estaba mirando. Estaba demasiado lejos para ver con claridad más detalles, pero lo podía sentir. La estaba observando fijamente. Ella parpadeó, y con el primer parpadeo la figura desapareció.

¡¿Todo aquello había sido una alucinación?!

Siguió hacía adelante, y se refugió bajo un arbol. Escondió parte de lo que había conseguido, y se comió el resto. Tras comer tan bien en días, no pudo evitar quedarse dormida bajo el arbol.

No soñó. Hacía años que había dejado de soñar. Su corazón se había helado por el odio.

Cuando quiso darse cuenta, se despertó por el sonido de una campana. ¡La campana de la capilla! Abrió los ojos y vió que estaba atardeciendo. Los habitantes habían acabado su hora de misa diaria.

“Dios… Dios no existe, inutiles” – pensó ella.

Oyó salir a la gente de la capilla, bajo seguridad de su refugio entre las rocas y el arbol, y oyó como estos charlaban.

- Hemos de encontrarla hoy. Esta niña atenta contra los deseos de Dios, y hoy debemos acabar con ella. Gracias a ella, este año la tierra esta produciendo mucho menos de lo habitual. – dijo uno de los hombres.

- Sí, tienes razón, debemos encontrarla tal y como nos ha ordenado el párroco. Si no acabamos con ella, este invierno sufriremos de hambruna – contestó el otro.

El terror lleno el helado corazón de la niña. Iban a por ella, e iban a matarla. Su premera reacción instintiva fue la de echarse a correr, cosa que, momentos despues, se dio cuenta de que fue un error.

Cuando salió de su escondite, se encontró a todo el pueblo mirándola, sorprendidos. Momentos despues, estos rostros de sorpresa se tornaron en rostros de ira.

- ¡Cogedla! – bramaron muchos de los aldeanos – ¡Debe ser sacrificada! – gritaron otros.

Las mujeres y los niños animaban a los hombres, que ya habían empezado a correr tras de ella, piedras en mano.

Ella supo lo que mejor sabía hacer. Correr. Corrió como nunca, la vida le iba en ello. Debía huir de este pueblo, ya que la acabarían cogiendo y matándola. ¿Seguiría allí aquel mercader? Pensó que podría huir con él.

Desafortunadamente, ese momento de distracción le costó caro. Tropezó con una piedra, y cayó al suelo. Era su fin. Intentó levantarse, pero tres pares de manos la inmovilizaron contra el suelo, y tres piernas empezaron a golpearla con vehemencia.

Lloró, lloró como nunca. La estaban destrozando. Sentía todo el cuerpo dolorido, a punto de romperse. Poco a poco, su mente se fue quedando en blanco. Estaba perdiendo la consciencia, poco a poco. Iba a morir, lo sabía…

“No quiero morir…”







“Por favor…”



Había perdido el conocimiento…




La niña de repente oyó gritos. Junto con esos gritos, la sensación de dolor volvió. Era evidente que aún seguia con vida, pero probablemente no por mucho tiempo. Habían dejado de golpearla. Aún así, esos gritos… eran extraños. No eran gritos de rabia… eran gritos de terror y agonía. ¡Y ese olor… algo se estaba quemando!

Abrió los ojos y se incorporó en la medida de lo que su maltrecho cuerpo pudo hacerlo. Vió como el pueblo ardía. ¡Un incendio! Bajó la mirada, y se encontro a sus agresores… con una mirada de terror, mirando en su dirección. Dandose cuenta de lo que debía suceder, ella se giró lentamente, para ver a…

…una figura encapuchada.

Detrás de ella, una multitud de cadáveres, y las casas calcinadas. Algunos cadaveres estaban completamente calcinados. Los otros, sencillamente, tenían en sus rostros muecas de terror y agonía absoluta.

No sintió pena por ellos. La habían intentado matar, ya hora ellos estaban muertos. Sea lo que fuere, esto la estaba ayudando.

Una voz masculina, impresa de terror, habló tras de ella:

- ¿Quién eres tú? – dijo, entrecortadamente.

La muchacha vió como la figura levantaba la vista, mirando a los supervivientes.

- …

No hubo respuesta.

Segundos después, oyó a dos personas gritar cada vez más fuerte. Se acercaban. Se giró y vió a dos hombres con guadañas acercarse a toda velocidad, dispuestos a matar al encapuchado. La niña se apartó como pudo, para evitar verse implicada en ese choque.

Esta empezaba a atar cabos. Estaba claro que esta persona era una de las culpables del incendio y de las muertes de todas esas personas, ahora cadáveres.

La figura encapuchada levanto los brazos, revelando manos enguantadas. Apuntó con cada uno de sus dedos índice a sus dos agresores, y los elevó. De repente, ambos hombres dejaron caer sus armas, y se retorcieron en agonía, gritando tan fuerte y tan dolorosamente, que lo que debían estar padeciendo era indescriptible. Segundos despues, la niña vió algo que deseó no haber visto nunca.

Los esqueletos de ambas personas salieron por sus bocas, enteros, intactos. Los restos cayeron al suelo, flácidos, con espamos. Sus ojos rodaron por el suelo, y un charco de sangre empezó a formarse alrededor de sendos sacos de carne.

El encapuchado habló, con una voz masculina, grave, potente, clara, y a la vez, terrorífica:

- ¿Cómo se llama esta niña?

Nadie respondió. Solo ella sabía su nombre. Ellos nunca lo habían escuchado.

De la multitud de supervivientes emergió un hombre anciano, ataviado con ropas religiosas. Alzó en su mano una cruz, y gritó:

- ¡Fuera de aquí, demonio!

El encapuchado suspiró. Un suspiro que solo aquella niña pudo oir. A continuación, cerró su mano derecha fuertemente, en forma de puño.

Instantes después, el párroco empezó a vomitar sangre a borbotones, y cayó muerto.

- ¡Magia demoníaca! – gritaron los supervivientes que quedaban, e intentaron huir para salvar sus vidas.

El encapuchado no les dejo huir. Mató a uno y cada uno de los habitantes del pueblo. No hizó distinciones. La niña vió como mataba a hombres, mujeres y niños por igual. Los hacía explotar, los quemaba, o sencillamente hacía que se impulsasen hacia lugares puntiagudos, empalandolos.

Media hora después. El pueblo entero se hallaba en ruinas, completamente quemado, y lleno de cadáveres calcinados, sin esqueleto, empalados, desangrados, … En medio de las ruinas se había formado un rio de sangre.

El encapuchado se acercó a la niña, y le dijo:

- ¿Cual es tu nombre?

Mientras preguntaba esto, se quitó la capucha. Un hombre de unos treinta años emergió de ella, con el pelo blanco y liso, pero corto. Tenia los ojos grises, y unas marcadas ojeras.

La niña respondió.

- …Mertanis…




Cuando recobró la noción del sentido, Mertanis se encontró en su habitación de palacio, como si no hubiera estado en esa cueva. Pero ella lo recordaba perfectamente, como acababa de recordar ese día en que su vida cambió radicalmente. Apretó el puño.

“Lo juro.”